Editorial

15 Mar 2010   |   comentários

El país atraviesa un clima de creciente polarización social y política que, preanuncia fuertes convulsiones ante un gobierno cada vez más autoritario y antipopular. Este autoritarismo es la respuesta de la clase dominante al descontento nacional contra la antidemocracia y la política económica y laboral existente, y ante la negativa a la exigencia de las demandas de las masas trabajadoras en un país con 70% de pobres.

Pero expresa también, la dificultad del régimen de imponer un control político sobre la sociedad mediante los mecanismos de la “democracia parlamentaria”, pues cada vez menos el gobierno puede mediatizar el descontento como lo hizo los últimos años. Y no puede evitar reclamos como el regaño público a Calderón y a su secretario de Gobernación en Ciudad Juárez, por los familiares y amigos de los jóvenes masacrados por sicarios; el grito de asesinos a los dos principales funcionarios del gobierno es sintomático del descontento popular.

El reparto del botín nacional entre los capitalistas implicó brutales ataques contra la población trabajadora, como lo fue el golpe al SME y al sindicato minero; así como el aumento del desempleo, la contención salarial y la elevación de los impuestos. En el mismo sentido, ha profundizado las violaciones a los derechos democráticos, ha mantenido la impunidad de los feminicidios e intentado frenar la ley que legaliza los matrimonios entre los homosexuales. Pero el gobierno, al encabezar esta ofensiva - actuando por encima de su verdadera fuerza- provocó que en sólo tres años perdiera aún más legitimidad y que se desgastaran más las instituciones (principalmente la presidencia), suscitando más polarización en todo el país.

Esta acumulación de contradicciones sociales y políticas, se agrava por la disputa abierta “en las alturas”, en virtud del reconocimiento por César Nava y Beatriz Paredes, del pacto secreto que comprometía al PAN a no hacer alianzas electorales con el PRD, a cambio del voto priísta a favor de la reforma fiscal panista que empobrece más a los trabajadores. Son disputas en “las alturas” que hoy se expresan en el Congreso, exhibiendo el verdadero carácter de éstos partidos, y que pueden dimensionarse por la permanencia de la crisis económica nacional.

Sobre todo, cuando se muestran en un escenario de ingobernabilidad, principalmente en el norte del país, debido a la estrategia impotente del gobierno contra los cárteles del narco. El propio asesor presidencial en seguridad y ex director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), Jorge Tello Peón, afirmó recientemente que “las estructuras institucionales como las históricas, han perdido control territorial en México”. El señalamiento de este capo de la inteligencia del Estado, muestra – además de las contradicciones entre los grupos del poder- lo incierto del rumbo de la situación política y social, y las limitaciones que enfrenta Calderón para gobernar e imponer la estabilidad política.

Pero, ¿por cuánto tiempo, un gobierno tan desprestigiado como éste, puede contener este hartazgo que empieza a generalizarse? y que se expresa espontáneamente en protestas como las suscitadas ante las inundaciones en varios estados o, los linchamientos populares en lugares como en Milpa Alta, donde la población intentó linchar a dos policías federales (ya en Tulyehualco la población había linchado y quemado a tres agentes federales el año pasado). Pero sobre todo, por la probable irrupción de los trabajadores que, vienen acumulando experiencias de luchas de resistencia, y movilizándose de manera unitaria contra el ataque anti-obrero. La clase obrera puede –recuperandose de los efectos de los duros golpes recibidos- volver a salir con sus propios métodos, a ocupar su lugar en la lucha contra los planes, alentando y potenciando la movilización obrera y popular.

El PRD: de la mano del panismo

Una disputa así en el régimen, justo cuando el PAN exacerba las contradicciones sociales, abre la posibilidad deque los trabajadores aprovechen estos roces entre los principales partidos patronales y salgan a luchar por sus demandas. Sin embargo, los acuerdos electorales de los partidos patronales de derecha (que cobijan sectores claramente ultraderechistas), de centro-izquierda, y maoístas-salinistas (donde, parafraseando a José Alfredo Jiménez: la ideología no vale nada) no son solamente para derrotar en las urnas al adversario (sacar al PRI de varios estados o al PAN de otros), sino que, fundamentalmente, son bloques partidistas que intentan desviar el descontento contra el régimen y sus instituciones, para evitar que el movimiento obrero y popular opte por una salida independiente. Así fue en el 2000 con la transición pactada. Hasta ahora, movimientos importantes como el del SME, han sido llevados tras la política y las promesas del PRD y de AMLO (la lucha “legal y pacífica”), para impedir que los trabajadores radicalicen sus métodos y no desestabilicen la escena nacional. La paz burguesa es la tarea estratégica de los partidos en las próximas elecciones.

Es el PRD - ahora abiertamente derechizado y una vez que cumplió su papel de estabilizador en las anteriores crisis políticas-, el que sin vergüenza alguna sale a legitimar con sus alianzas con el partido de Fox y el Yunque, el partido que masacró al pueblo en Oaxaca en 2006; el de Calderón que militarizó el país; que liquidó las pensiones del ISSSTE; que echó a la calle a los 44 mil trabajadores de CLyFC; que liquida huelgas como la de Cananea para golpear al sindicato minero y su contrato de trabajo y, el que criminalizó la protesta y condenó a los activistas de Atenco a 120 años. El PRD, actuando como la “pata izquierda” del régimen, se había prestado para frenar la lucha del movimiento obrero y popular contra el gobierno en el fraude del 2006, y desviar el descontento y la radicalidad la APPO. Pero hoy, en un salto en su integración al régimen, el sol azteca acuerda un pacto reaccionario con el PAN y el PRI (su dirección acordó aliarse al mejor postor con estos partidos donde se pueda) para evitar que los trabajadores enfrenten y rompan con su confianza en las instituciones del régimen y apuesten por esta democracia del capital. Igual papel desempaña el PT que, desde la “izquierda”, apoya a AMLO, mientras que pacta con el PRI en el Congreso y hace acuerdos electorales para gobernar con la derecha y sectores de ultraderecha. Su estrategia es “democratizar”, o sea, fortalecer las instituciones capitalistas en tanto se hace parte más directa de los planes de explotación.

Lamentablemente, ante la abierta traición a sus aspiraciones democráticas por estos partidos, muchos trabajadores ven como opción a Andrés Manuel López Obrador. Pero éste, lejos de movilizar consecuentemente a los sectores populares que dirige, les imbuye una política pacifista y electoralista que actúa como un gran dique ante la solución de sus demandas, pero sobre todo, porque su estrategia es enemiga de los intereses -y los métodos- de la clase obrera. Así, dejó aislados a los maestros de la sección 22 de Oaxaca y las organizaciones de la APPO en el 2006, y hoy, ante el brutal ataque a los electricistas del SME, plantea la “resistencia civil y pacífica” (que ya mostró sus desastrosos resultados) frente a la necesaria huelga nacional que podría ser encabezada por mineros y electricistas.
Si los patrones y su gobierno han podido avanzar en sus planes, es por el rol de estas direcciones políticas. Y, si el descontento ante los efectos de la crisis económica no dio un salto, fue por la contención de estos partidos.

Por una política independiente para los trabajadores

Independientemente de cómo se desarrollen estos roces entre los partidos en el Congreso, y que pacten más impuestos, reformas reaccionarias, etc., los sindicatos que se reclaman de oposición al gobierno, deben romper sus ilusiones en los partidos patronales que mellan su combatividad de la clase trabajadora y desvían sus demandas. Solamente impulsando una política independiente, pueden echarse abajo los planes de los patrones y sus partidos.

Cualquier reforma política o laboral que estos partidos impulsen, es para aceitar el funcionamiento de las instituciones sobre la clase trabajadora y ejercer mayor control sobre sus destinos. Los trabajadores nada tenemos que respetar de esta “democracia para ricos” y su “justicia”. Por eso, en vez aceptar la orientación política de “educar” del movimiento obrero con cursos de resistencia pacífica - como propone la dirección del SME-, los trabajadores deben salir a luchar con los métodos combativos con que se conformó el movimiento obrero a fines del siglo 19 con las huelgas de Cananea y Río Blanco, con las que arrancó el derecho a la sindicalización y sus derechos elementales.

La huelga convocada para este 16 de marzo puede ser un primer paso en ese sentido, a condición de que sea impulsada por el conjunto de las organizaciones que se dicen opositoras (para lo cual es fundamental que la huelga se haga efectiva) y organizada a partir de asambleas de base.

Contra estos pactos reaccionarios acordados por los partidos patronales, los trabajadores deben contar con su propia herramienta de lucha, un partido revolucionario de la clase obrera, que llame a movilizar contra las medidas anti-obreras y antidemocráticas del régimen explotador y la entrega del país al imperialismo.









  • No hay comentarios para este artículo