Editorial

Elecciones 2012: ejemplo de una democracia degradada

16 Jul 2012 | Con el anunciado triunfo de Peña Nieto, el retorno del PRI se hace evidente; y el pasado domingo 1/7 se mostraron las viejas prácticas que el “nuevo” tricolor sacó del baúl del viejo priato.   |   comentários

Lejos de elecciones “transparentes” y de un “triunfo contundente e inobjetable” –como proclamaron el IFE, el PRI y los monopolios televisivos–, las presidenciales del 2012 muestran no sólo un sistema electoral tramposo, sino también una visión pragmática de la “democracia” como un sistema de relaciones políticas al servicio de preservar los intereses de la clase dominante.

Esto se evidencia en el reconocimiento del PAN de la existencia de “irregularidades” pero que no justificarían la anulación del triunfo priísta. Al contrario, Vázquez Mota y la dirigencia blanquiazul apremian a EPN a impulsar juntos las reformas estructurales anti-obreras desde ahora.

De esta forma, los mecanismos para el recambio del poder garantizados por la “transición democrática” del 2000 (que cegó a muchos izquierdistas) muestran que esta democracia burguesa semicolonial no puede reformarse y que es una democracia sólo para unos cuantos, para los ricos.

No fue el fraude tradicional del viejo PRI, pero fueron muchas las artimañas para lograr lo que el #YoSoy132 denunció como la imposición de EPN: maniobras y violaciones a la ley electoral solapadas conscientemente por el supuesto “árbitro” electoral (IFE): manipulación de las tendencias del voto, millonarias campañas ilegales contra los adversarios, compra de conciencias, condicionamiento de prerrogativas asistenciales, y un sobregasto del presupuesto de campaña (se estima que el PRI sobrepasó 6 veces el gasto de campaña permitido). Esto aseguró cuando menos una diferencia “aceptable” en los votos recibidos, para brindarle mayor legitimidad a EPN y asegurar su acceso a Los Pinos.

Todo esto fue tolerado porque, desde hace tiempo, Peña Nieto fue considerado por la burguesía nacional y el gobierno de EE. UU. como quien puede recomponer la crisis abierta por la “narcoguerra” de Calderón y la inestabilidad generada en varias regiones del país. El PAN cumplió con creces su rol patronal y entreguista y, ante su desgaste, debe cambiarse por una nueva carta. Por eso Obama se apresuró a felicitar a Peña Nieto, legitimando de paso estas elecciones. Hay que mencionar que EPN también fue saludado por varios gobiernos “progresistas” de la región, y por el presidente de Cuba, Raúl Castro, mientras AMLO todavía preparaba la impugnación de las elecciones. Ya la burocracia castrista había legitimado en 1988 el escandaloso fraude de Salinas de Gortari.

Entre los deseos y la realidad

Pero, pese al frente reaccionario para imponer a Peña Nieto con un margen importante de votos, un sector importante votó por López Obrador (en cierta manera alentados por el surgimiento del movimiento #YoSoy132) y redujo la diferencia entre EPN y AMLO a 6.68% de la votación total, negándole la mayoría absoluta en las dos cámaras. Y aunque el PAN actuará como el fiel de la balanza, Peña Nieto no podrá avasallar como en los tiempos del priato.

En ese sentido, el retorno del PRI a la presidencia no es –como han planteado varios intelectuales– la restauración lisa y llana del priato ni es necesariamente el lugar donde el dinosaurio mexicano hubiera querido despertar. Movilizaciones juveniles, el descontento obrero y popular con las políticas económicas de los últimos años, y el cuestionamiento por la elección serán los primeros desafíos que enfrentará.

Es probable que el fantasma de ilegitimidad que persiguió a Calderón se oriente contra Peña Nieto, en medio del descontento y con una centroizquierda que será segunda fuerza en el Congreso.

Incluso la propuesta de privatizar Pemex –aunque avalada por la dirección traidora petrolera–, podría enfrentar la movilización de la base trabajadora contra el partido que controló durante tres cuartos de siglo al sindicato. Por lo que puede ser un regreso del PRI al poder lleno de contradicciones, en el marco además de una economía con bajos índices de crecimiento y alto desempleo. El gobierno podría enfrentar un rápido desgaste; los acuerdos PRI-PAN en el Congreso no garantizan que no haya fuertes movilizaciones.

La impugnación y la lucha contra el PRI

Sin duda, el reclamo de AMLO y los recursos legales presentados pueden abrir una crisis política, y aumentar la desconfianza en el nuevo gobierno. Sin embargo, son claramente insuficientes y están muy detrás de la indignación que recorre a millones de jóvenes y trabajadores. La política de AMLO –que como él mismo dijo no rompe con el pacto de civilidad preelectoral– es una bofetada para los miles que esperan que llame a la movilización.

Entre la moderación política mostrada en la campaña (como resultado de su acuerdo con los empresarios) y los compromisos adquiridos con la derecha del PRD es poco probable que AMLO vaya más allá de los recursos legales (incluso si opta por no reconocer el triunfo de EPN), porque está preocupado en no impulsar una movilización que desestabilice las instituciones.

Una movilización nacional que demande la anulación de las elecciones, por ejemplo, metería en una gran crisis al régimen antidemocrático evidenciándolo como tal, deslegitimando al gobierno de Peña Nieto y obstaculizando así sus planes contra la población trabajadora.

Los socialistas de la LTS, que no compartimos la confianza de muchos trabajadores y jóvenes en el programa de AMLO –al cual consideramos como un programa de reforma y “democratización” del capitalismo– apoyamos y estamos en la primera línea, junto a ellos, en la lucha por las demandas democráticas, como es el elemental derecho al voto libre, retaceado por las propias instituciones “democráticas” que dicen garantizarlo.

Consideramos que si se derrotan las maniobras antidemocráticas, el conjunto de los trabajadores y el pueblo estaremos en mejores condiciones para ir por el conjunto de nuestras demandas. Pero consideramos que sólo una gran movilización democrática, independiente, de las organizaciones obreras, campesinas y populares, junto al movimiento juvenil y estudiantil, puede echar atrás y derrotar las maniobras del régimen antidemocrático.

Para eso hay que desconfiar de las negociaciones legales y de todo intento de dejar la lucha en las calles para tiempos mejores y para lo que hagan en el Congreso los diputados opositores. La lucha contra este régimen antidemocrático es el primer paso para enfrentar el conjunto de los planes contra los trabajadores, los campesinos y el pueblo.

Estas elecciones, que mostraron la degradada democracia mexicana, pueden ser el detonante para empezar a cambiar el orden de cosas existente.









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