Historia

La Revolución Mexicana: gran gesta de los explotados y oprimidos

06 Apr 2011   |   comentários

Este es el último artículo de la serie dedicada a la Revolución mexicana que se publicó en la Estrategia Obrera, a la par de la presentación del libro “México en llamas”, publicado por la editorial Armas de la Crítica, que impulsa la Liga de Trabajadores por el Socialismo.
Tanto la publicación del libro como la apertura de esta sección persigue la intención de poner al alcance de los trabajadores y la juventud, una interpretación distinta a la historiografía oficial, que se ha encargado de arrebatarnos la verdadera historia de las luchas de los trabajadores y campesinos.

La historia que nos han mostrado desde la educación básica, pone en el mismo plano a personajes que en la realidad se confrontaron por obedecer a intereses de clase distintos: Zapata, Villa, Carranza, Obregón y Madero se nos presentan por igual como los “héroes que nos dieron patria”, pero difícilmente se dice a que sectores e intereses de clase representaron. La historia la escriben los vencedores y así es en el caso de la revolución mexicana; la burguesía se ha encargado de enseñar al pueblo mexicano una historia mutilada de clasismo y ha reducido la importancia de la irrupción de las masas campesinas en contra de un Estado opresor a la memorización de fechas y nombres de tratados y planes.

Conclusiones sobre una gesta revolucionaria

Esta serie se realizó con la intención de ayudar a la comprensión de los sucesos en México a principios del Siglo XX, desde las huelgas de Cananea y Río Blanco dirigidas por el PLM que sentaron un precedente del futuro levantamiento armado, el llamado a la insurrección de Madero en contra de la reelección de Díaz, el surgimiento de los ejércitos campesinos y la independencia política alcanzada por el zapatismo, la traición de Huerta y su derrota, la ofensiva de Carranza y Obregón en contra de Villa y Zapata, el asesinato de estos dos caudillos cuyo accionar mostró el odio de clase contra los opresores y terratenientes.
Durante la serie se expuso la potencialidad de las fuerzas de los explotados y oprimidos que desarticularon un estado, derribaron al viejo régimen, mantuvieron como bandera de lucha la demanda de tierra y lograron poner en pie –en el caso de Morelos- un poder local protagonizando la experiencia más avanzada de las masas campesinas en América Latina. Se expusieron las limitaciones propias de la clase obrera para hacerse parte de la insurrección y acompañar a los ejércitos campesinos contra la burguesía; explicamos las características de una clase obrera joven, con poca tradición de lucha, separada geográficamente por lo accidentado del territorio mexicano y las pocas vías de comunicación, con demandas propias que no pudieron enlazarse con la marea de la insurrección campesina levantó las armas contra los terratenientes que despojaron a sus ancestros.
El ímpetu de las masas campesinas no fue suficiente para evitar el encumbramiento de una burguesía que encontró en el constitucionalismo al defensor de sus intereses. Para adueñarse de la victoria les hizo falta un aliado urbano –que no podía ser otro que el movimiento obrero-, que luchara hombro con hombro en contra de los dueños de los medios de producción. Un reparto agrario radical no era posible en toda la extensión del país sin una industria tomada bajo control obrero que pudiera subsidiar al campo y abastecerlo de maquinaria para aumentar su producción y satisfacer las necesidades de la población, y para ello era necesario un proyecto nacional alternativo al de la burguesía.
En la revolución mexicana, bajo las órdenes de Francisco Villa, se formo un poderoso ejército que sería el responsable de cortar la continuidad del viejo régimen, y hasta la fecha fue el ejército campesino más grande en Latinoamérica.
Se consolidó la comuna de Morelos con Zapata al frente, que si bien tuvo un corto periodo, es uno de los mejores ejemplos de lo que las masas pueden hacer si deciden tomar su destino en sus manos. Los zapatistas, con las armas por delante, expropiaron a los terratenientes de Morelos, hicieron el reparto agrario por la vía de los hechos, echaron a andar los ingenios azucareros de la zona e intentaron cosechar de manera colectiva, lo que hizo que su luchara adoptara un carácter en dinámica anticapitalista.

El encumbramiento de la burguesía

Todo esto mientras las distintas fracciones de la burguesía, incluso aquellas que se opusieron a Porfirio Díaz y le disputaron el poder del Estado, ponían todas sus fuerzas en disolver la insurrección campesina, para estabilizar un país que podía ofrecer mucho a los intereses imperialistas siempre y cuando se aseguraran sus negocios. Madero, que se puso al frente de la insurrección, encabezaba el empeño de un sector –la burguesía norteña-, que lejos de oponerse a las formas de explotación que primaban en México, bregaban por acceder a un poder político vedado por el porfirismo. La intención de Madero era, entonces, por un cambio de administración y bajo ninguna circunstancia por un cambio en las formas de dominación y explotación sobre el pueblo pobre. Sin embargo, eso desencadenó el levantamiento de las masas agrarias y su avance en contra de las estructuras de dominación, que ya hemos planteado en los párrafos y los artículos precedentes.
Madero, Huerta, Carranza y Obregón hicieron todo lo que estuvo a su alcance para detener el avance de la insurrección campesina y al final Carranza no tuvo otra opción que incorporar concesiones a los trabajadores y a los campesinos, para hacerse de una base social y contener el descontento.
La revolución fue contenida y desviada por el constitucionalismo, y las aspiraciones de las masas campesinas quedaron inconclusas. Al asumir Carranza y Obregón el poder político, no hubo reparto agrario efectivo y las condiciones generales de opresión y explotación se mantuvieron; las concesiones que se otorgaron en el Constituyente del 17, aunque marcaron a esta constitución como la carta magna burguesa más avanzada del mundo, sólo fueron parcialmente reglamentadas, y lo que se otorgó en el terreno de las concesiones sociales y laborales fue suprimido, especialmente desde 1940. En las décadas posteriores a la revolución, los sindicatos fueron progresivamente cooptados por el Estado, y en manos de la naciente burocracia charra, le dieron su apoyo al gobierno. La emergencia del Partido Nacional Revolucionario en 1929, permitió perfeccionar los mecanismos de control político de la triunfante “familia revolucionaria”, estabilizando y reglamentando sus disputas internas, y con la integración de los sindicatos obreros y las organizaciones campesinas al mismo en 1938 (llamado ya Partido de la Revolución Mexicana) se consagró la subordinación de las masas trabajadoras del campo y la ciudad al régimen posrevolucionario.

Retomar y concluir la obra de Zapata

Las demandas puestas en juego por la Revolución Mexicana a inicios del siglo XX quedaron sin resolver. Sin embargo, este proceso nos ha dejado la lección de cómo las masas, cuando se deciden a influir en su propio destino, pueden trastocar un Estado y dar todo de sí. Luego de un siglo, las condiciones objetivas para una revolución están dadas en México, donde el capitalismo muestra que solo puede dar precarización laboral, degradación y descomposición social. Nuestra tarea ahora es bregar para que los trabajadores, de la mano de los campesinos, confíen en sus propias fuerzas y métodos de lucha, como es la huelga general. El día de hoy la clase obrera es más numerosa en México, pero tiene planteado sacudirse la herencia del charrismo sindical, que la ha llevado a derrota tras derrota en la lucha de clases. Las condiciones para el surgimiento de un gobierno de los trabajadores y de los campesinos son indiscutiblemente distintas a las de hace cien años: los asalariados a lo largo de estos años se han enfrentado al Estado en distintas ocasiones, arrebatándole diversas conquistas a lo largo de la historia, lo que le ha proporcionado experiencia en el terreno de la lucha de clases, y ha llegado a generar condiciones prerrevolucionarias como en Oaxaca en el 2006.
La perspectiva de la superación del capitalismo es posible siempre y cuando los trabajadores nos organicemos independientemente de los partidos burgueses y en alianza con los campesinos pobres y la juventud oprimida, en contra de este régimen de explotación y miseria. Para ello es fundamental formar un partido de trabajadores revolucionario, para dirigir los futuros procesos de la lucha de clases, que marcarán la posibilidad de superar este sistema de explotación y opresión. Porque es posible el surgimiento de una sociedad distinta, basado en la planificación democrática de la economía por parte de los organismos de autodeterminación de las masas, sin explotadores ni explotados. Luchemos hombro con hombro en nuestros centros de trabajo y de estudio para que cada vez más personas se hagan parte de este proyecto revolucionario.
Hay que retomar y concluir la obra de Emiliano Zapata. Para ello es fundamental formar un partido revolucionario de los trabajadores, que tenga como objetivo la superación del capitalismo por la vía de la revolución socialista.

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