Al cobijo de la militarización, ataques paramilitares y represión estatal

10 Nov 2011   |   comentários

  • El cro Carlos Cuevas en una movilizacion estudiantil

I

El brutal asesinato de Carlos Cuevas, tesista universitario de la Facultad de Filosofía y Letras de CU-UNAM, despertó la indignación, la rabia y la acción militante de cientos de estudiantes, trabajadores, intelectuales y académicos que se pronunciaron, se movilizaron, y llegaron a tomar la facultad donde estudiaba Carlos y a cortar Avenida Insurgentes durante dos días consecutivos, como protesta enérgica ante este evidente crimen político. Como ya han escrito y dicho sus compañeros en mítines y movilizaciones, el ataque a Carlos es, sin duda, un ataque a todo el movimiento estudiantil mexicano. Su sola trayectoria tiene puntos de contacto y similitudes con la de cientos de compañeros y compañeras: arranca con la huelga de la UNAM, incorpora las acciones en repudio de los crímenes de Sucumbíos, Ecuador y en solidaridad con el SME, y culmina en la actual lucha contra la militarización.
En ese sentido, su fusilamiento (¿cómo llamar sino a las 16 balas incrustadas en su cuerpo?), es un ataque reaccionario y con tintes fascistoides dirigido contra un sector –el movimiento estudiantil- que durante la última década ha sido un actor constante de movilización y lucha. Y que, desde la huelga de la UNAM, nutrió numerosas luchas de los oprimidos y explotados, lo cual se ha continuado en las generaciones juveniles de los últimos años. Todos recordamos el caso de Pavel González, también ex huelguista de la UNAM asesinado en 2004, y de Alexis Benhumea, universitario solidario con el pueblo de Atenco, ejecutado a sus 20 años por la policía en el 2006. Estamos ante una cruda advertencia contra el activismo estudiantil, para inhibir su participación en la lucha contra la militarización, contra la entrega del país al imperialismo y los planes contra la educación, la salud y las conquistas laborales.

II

Pocos días después de este ominoso asesinato, 28 manifestantes fueron detenidos en Ciudad Juárez, Chihuahua, golpeados y amenazados de muerte por la siniestra policía municipal. Otro “mensaje”, emitido esta vez de forma directa por el Estado. Los compañeros y compañeras de Ciudad Juárez son parte destacada del movimiento contra la militarización, y con valentía han puesto el cuerpo por delante una y mil veces en las Caminatas contra la muerte y en las acciones de denuncia de la masacre de miles de trabajadores, mujeres, campesinos y jóvenes realizada bajo el manto de la “narcoguerra”. Ellos son, además, parte del ala izquierda de este movimiento, que se hizo notar en junio cuando distintas organizaciones de todo el país confrontamos la política pacifista de Javier Sicilia en el llamado Pacto de Juárez, y hoy son uno de los referentes convocantes –junto a la Coordinadora Metropolitana contra la Militarización y otras organizaciones de distintos estados de la república–, del Encuentro Nacional por la desmilitarización inmediata del país. Pocos días después de ello, los familiares de las victimas del feminicidio en Ciudad Juárez y en todo el país, escucharon y leyeron con indignación las palabras del representante del gobierno que, en Campo Algodonero, ubicado también Ciudad Juárez, pidió hipócritamente “perdón”. Pero allí está el verdadero rostro del gobierno nacional: cada vez más muertos y desaparecidos, cada vez más feminicidios y asesinatos de migrantes, impunidad para los crímenes de mujeres, trabajadores, campesinos y jóvenes, cárcel y represión para los que luchan.

III

Como todos sabemos, estos hechos se dan en el contexto de un acrecentamiento de la “guerra contra el narcotráfico” que representa uno de los puntos más altos, en la América Latina contemporánea, de la barbarie capitalista. México está cruzado por la descomposición estatal –resultado del brutal influjo de la dominación norteamericana y de la asociación creciente entre franjas del Estado y los carteles del narcotráfico–, por un profundo proceso de descomposición social y por un aumento inusitado de la militarización que restringe las más elementales libertades democráticas de la población y profundiza los rasgos autoritarios de la democracia degradada autodenominada “transición democrática”.

En ese marco, es que los hechos que mencionamos en los apartados previos podrían indicar que, al cobijo de esta “narcoguerra” y aprovechando el manto de impunidad y de naturalización de la violencia contra la población, se estaría preparando una mayor ofensiva contra el activismo social y político (esto es, una intensificación de las acciones selectivas de los grupos paramilitares y de ultraderecha, como expresan los asesinatos de Carlos Cuevas y de Pedro Leyva, entre otros) así como nuevas acciones represivas estatales, como en Ciudad Juárez, y al cierre de esta edición, contra los trabajadores de Mexicana en el Distrito Federal. Sería entonces una profundización de la política estatal aplicada contra los movimientos en Chiapas, Guerrero, Oaxaca (entre otros estados) en las décadas previas. Y el objetivo es amedrentar a los sectores de vanguardia y evitar que se gesten nuevas movilizaciones y acciones contra los planes de entrega (como es el caso de Pemex) y la militarización del país. En la actualidad, cuando las demandas sociales más sentidas tienden a cuestionar el carácter capitalista decadente del sistema dominante y su andamiaje de dominación política, la tendencia, lejos de la ilusión de la “democracia” que ofrecen los grupos de poder, es a regímenes más autoritarios.

Hoy es fundamental que estos “ensayos” del estado encuentren una respuesta enérgica, mediante el impulso de la más amplia y extendida movilización democrática.

IV

No se puede disociar el proceso de militarización y la represión al activismo, del resto de los acontecimientos nacionales. El proceso electoral en curso, en el que los partidos del congreso dirimen quién administrará los negocios capitalistas a partir del 2012, muestra la creciente derechización del régimen político. Sus dos pilares partidarios fundamentales (el PRI y el PAN) coinciden en terminar de entregar la principal empresa paraestatal de México, Pemex, a los capitalistas extranjeros, con un discurso abiertamente neoliberal. Por otra parte, las facciones del PRD se desviven tratando de aparecer como “potables” para los empresarios y el imperialismo, como evidenció López Obrador en sus encuentros nacionales y su gira en los Estados Unidos. Éste, a pesar de ser visto por sectores populares como una alternativa, ““modera” su discurso y está muy lejos de repetir una confrontación como la que protagonizó, con el PAN y el PRI, en el 2005 y 2006.
Mientras los partidos se preparan para dar un nuevo salto en la entrega del país, en el Congreso discuten y sancionan una reforma política que, más allá de algunos aspectos “democráticos” absolutamente cosméticos, pretende reforzar las instituciones antidemocráticas y no supone ningún avance a favor de las masas populares.

El régimen político surgido en el año 2000 (que los marxistas definimos entonces como un “régimen bonapartista con rasgos democráticos burgueses”) asume caracteres cada vez más autoritarios, aunque su pilar fundamental sigue siendo el Congreso y debe basarse, para mantener cierta legitimidad social, en mecanismos de tipo “democrático” como los que trata de consagrar en la mencionada reforma política.

V

La ofensiva del gobierno y las instituciones aprovecha que, después de la dura derrota sufrida por el SME, y a pesar de acciones de lucha como las del magisterio de distintos estados del país, la resistencia obrera y popular ha menguado coyunturalmente. El movimiento democrático, que inició pujante en mayo pasado, no se desarrolló y recién ahora, con el próximo Encuentro por la desmilitarización inmediata, tiene una nueva oportunidad de resurgir. Esta situación no es resultado de la poca disposición de los trabajadores y la juventud a luchar, sino más bien es el fruto amargo de la política de las direcciones sindicales –que después de desplegar una política pacifista y pactista en la lucha del SME, han mantenido a sus organizaciones en la pasividad– y del “Movimiento por la paz con justicia y dignidad” que lamentablemente confiaron en el diálogo con el gobierno. No dejemos de lado que, sobre la base de la derrota de las luchas previas, se consolidó la militarización, el ataque sobre las conquistas obreras y populares y el conjunto de la barbarie capitalista. Es decir, la mayoría de las direcciones del movimiento obrero y popular, no han estado a la altura de las circunstancias.

En este contexto, los elementos de mayor inestabilidad provienen: a) de los efectos de la crisis económica sobre México que, respecto a otros países de América Latina, resiente más directa y rápidamente las turbulencias de la economía yanqui; b) de los duros efectos de la crisis económica y social sobre las masas, con el aumento inusitado del desempleo, la carestía de vida, la miseria; c) del descontento creciente con el gobierno, sus planes contra las masas, y en particular contra la entrega a EE.UU. y la militarización creciente. Estos elementos son de carácter estructural y pueden propiciar la emergencia de nuevas movilizaciones. Pero es importante advertir que eso no se dará automáticamente; no está dicho cuáles sean los posibles ritmos de una entrada en escena de sectores de los explotados y oprimidos. Los mismos, además, deberán bregar con el efecto de los golpes recibidos, y rebasar a las direcciones existentes en los sindicatos y el movimiento democrático.

VI

Así como no se puede disociar el fenómeno de la militarización de la ofensiva sobre el conjunto de las conquistas obreras y populares, tampoco se puede escindir la lucha democrática de la movilización contra los planes capitalistas. Por eso es fundamental que los sindicatos, junto a las organizaciones populares, campesinas e indígenas, pongan toda su fuerza social en las calles e impulsen un gran movimiento contra la militarización del país y para que los militares regresen a sus cuarteles; haciendo suyas las justas consignas que levantan las organizaciones estudiantiles, juveniles y de derechos humanos que valientemente están a la cabeza de esta lucha. Los asalariados somos la principal fuerza social del país y tenemos la capacidad para poner un “hasta aquí” a la ofensiva gubernamental sobre las libertades democráticas; con nuestros métodos como la huelga, el paro y la movilización callejera, podemos derrotar al gobierno de Calderón, frenar las reaccionarias reformas a la Ley de Seguridad Nacional y echar atrás la creciente subordinación en materia de “seguridad” a los Estados Unidos.

Son las organizaciones obreras, junto a las demás organizaciones participantes de esta lucha contra la militarización, las que deben poner en pie verdaderos comités de autodefensa y todas las medidas que sean necesarias (retomando experiencias como las de Oaxaca, Cherán, etcétera) para garantizar la seguridad de la población oprimida y explotada frente a los militares, los policías, y las bandas de narcotraficantes. Estamos seguros que el próximo encuentro que se realizará en la ciudad de México será una oportunidad para discutir un programa que enfrente la militarización, la entrega del país al imperialismo y la subordinación de todos los partidos del Congreso.

Quienes integramos la LTS, que participamos e impulsamos unitariamente todo paso en ese sentido, a la vez sostenemos una perspectiva socialista y revolucionaria: consideramos que la lucha contra la militarización implica enfrentar al estado capitalista, responsable de la barbarie, la represión y el recorte de las libertades democráticas, y que sólo mediante la caída revolucionaria del poder burgués y del fin de la subordinación al imperialismo, instaurando un gobierno de los trabajadores, los campesinos y el pueblo que expropie a los capitalistas y comience a edificar una sociedad sin explotadores ni explotados, es que podremos garantizar, integra y efectivamente, estas demandas.

VII

El brutal asesinato del compañero Carlos Cuevas y la persecución contra los camaradas de Ciudad Juárez anuncian el carácter duro que tomará la lucha de clases en nuestro país. Esto ya fue anticipado por la represión al pueblo de Oaxaca y de Morelos (2006), por los asesinatos de militantes de la Otra Campaña a lo largo de todos estos años, por las balas que cobraron sangre obrera en Lázaro Cárdenas (2003). Echa luz (¡una vez más!) sobre la impotencia política de quienes enarbolaron un discurso pacifista –durante la lucha del SME, el movimiento contra el fraude, e incluso las caravanas al norte y al sur del país– intentando hacer creer que se le puede torcer el brazo a la burguesía y sus partidos sin confrontar sus instituciones, sin realizar grandes acciones de lucha, de resistencia, y de movilización, y sin apelar a la justa violencia de los explotados y oprimidos contra los explotadores. Cambiar radicalmente esta política es ya una cuestión de sobrevivencia frente a los ataques de la reacción, que siempre se envalentona cuando no encuentra respuesta de los trabajadores y la juventud.

Plantea esta situación una alerta también para las organizaciones y grupos que se reclaman socialistas; es urgente ponerse a tono con las necesidades y exigencias de esta lucha democrática. Y es que en cada acción de resistencia contra la ofensiva gubernamental, en cada movilización contra el asesinato de Carlos Cuevas y en defensa de los compañeros reprimidos por el gobierno, en cada plantón que sufre el acoso policial (como los compañeros normalistas), nos jugamos el derecho a la existencia de una alternativa socialista en México; nuestra justificación histórica –como proyecto de una organización revolucionaria superior–, está dado por la capacidad de ponernos en la primera fila de esta lucha y de estar a la altura de las difíciles condiciones de la lucha de clases en nuestro país. Ese es el terreno en el que, hoy por hoy, está surgiendo una nueva vanguardia de lucha, que se forma sabiendo que la respuesta del gobierno puede ser dura y represiva y que muestra día a día, en estas primeras batallas de la lucha de clases, calidad suficiente para ser sujeto de la transformación radical de la sociedad. Es el terreno donde los marxistas mostraremos la fuerza de nuestra estrategia, participando en la movilización y en la lucha, y confluyendo, en la acción, en la discusión y en el programa, con los compañeros y compañeras que ponen el cuerpo en la movilización contra la reacción de ultraderecha y la militarización.

Desde la LTS, intervenimos y participamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del triunfo de las reivindicaciones de la movilización contra la militarización; y lo hacemos concientes de que es fundamental construir y templar una organización revolucionaria de combate. Un partido revolucionario que se plantee luchar, en México, por un programa que enfrente la ofensiva reaccionaria sobre las conquistas laborales y sobre las libertades democráticas, contra la militarización y el ataque a los luchadores sociales, contra quienes quieren convertirnos en una estrella más de la bandera yanqui, y que lo haga además desde una perspectiva internacionalista “orgánica”, esto es, como parte de la tarea de construir una organización revolucionaria de la clase obrera a nivel internacional. Desde la LTS decimos clara y enérgicamente que, si queremos triunfar, hay que poner en pie esa organización, y llamamos abiertamente a los activistas juveniles, estudiantiles, obreros a integrarse a esa imprescindible tarea.

8/11/2011









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