Falacias del “humanismo” keynesiano
25 Sep 2008
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(articulo extraido de Econocritica Nro6, suplemento de La Verdad Obrera)
La actual crisis financiera estallada en el corazón del capitalismo amenaza convertirse en una intensa recesión internacional. La catarata de condenas desde el espectro de los economistas y comentaristas “progresistas” a los “paradigmas hegemónicos”, a las “ideas de la ortodoxia liberal”, al “libre mercado” y a la “desregulación financiera global” impulsadas por los principales países capitalistas durante los últimos 30 años, no se hizo esperar. La actual debacle financiera sería, según ellos, el resultado de las políticas neoliberales de las últimas tres décadas. La “tesis” que se pretende novedosa y llega disfrazada de anhelos redistributivos y humanistas no es más que un nuevo (viejo) intento de librar de toda culpa al verdadero “mal de todos los males”, el modo capitalista de producción. No sólo la actual crisis no es producto del “neoliberalismo”, sino que el neoliberalismo se construyó como respuesta al fracaso de las políticas keynesianas que desde la década del ’70 se demostraron impotentes para revitalizar al capital, a partir del momento en que sus leyes, tales como la caída de la tasa y masa de ganancias, empezaron a evidenciarse induciendo el fin del boom económico de la segunda posguerra.
Lord John Maynard Keynes: “…del lado de la educada burguesía”
Corrientemente desde los economistas y comentaristas “progresistas” suele asociarse el keynesianismo a las ideas de “redistribución del ingreso” contra su concentración, “intervención estatal” en la economía contra el laissez faire (dejar hacer) de los mercados, “capital productivo” contra “capital especulativo”. Dicho de otro modo, suele asociarse el keynesianismo a un supuesto capitalismo “humanizado” contra la violencia destructiva del neoliberalismo. Pero esta dicotomía es falsa. Cuando se habla de keynesianismo se hace referencia a los postulados de política económica basados en las teorías del economista inglés John Maynard Keynes cuya obra más conocida La teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero fue publicada en el año 1936, es decir en medio de la hoy tan en boga “crisis de la década del ’30”. Pero Keynes no fue un humanista ni nada que se le parezca. Lord John Maynard Keynes fue un economista lúcido que unos cuantos años antes de 1936, sugirió que para salvar al capital amenazado tanto por sus propias leyes como por los vientos revolucionarios que soplaban desde la Unión Soviética, ya no alcanzaban los principios clásicos que habían dominado la teoría económica durante más de un siglo, por lo que se planteaba la necesidad de diseñar nuevas políticas. En cuanto a su posicionamiento de clase y su anhelo de salvar al capital Keynes no dejó lugar a dudas: “Puedo estar influido por lo que me parece ser justicia y buen sentido, pero la guerra de clases me encontrará del lado de la educada burguesía” (J.M. Keynes, 1925).
Los postulados de política keynesiana y la depresión de los años ’30 El crack bursátil de 1929, punto de partida de la depresión mundial de los años ’30 tuvo importantes precedentes. La conflagración mundial de 1914 no había logrado resolver la crisis de hegemonía imperialista mientras continuaba la decadencia del imperio británico. Alemania había quedado tremendamente endeudada tras la guerra y azotada por la crisis económica. La revolución obrera había triunfado en Rusia y aparecía como amenaza para un capitalismo mundial en estado crítico. Aunque las condiciones económicas y políticas eran altamente inestables, el fracaso de procesos revolucionarios como el de Alemania o el de Hungría dieron aire al capital para una recuperación relativa. Aquello que se conoció como la belle époque de los años ’20, fue un período de estabilización económica e intensa especulación financiera. La no resolución de las contradicciones interimperialistas y la revolución rusa constituyeron otros tantos factores que, aún cuando se alcanzó una estabilización durante los años ’20, no favorecieron el restablecimiento de un equilibrio capitalista que permitiera el desarrollo de un nuevo ciclo “normal” de acumulación. Es en este contexto que la belle époque deviene, tras el crack de 1929, en la fatal époque de los años ’30 con una depresión económica que arrojó la friolera de 14 millones de desocupados en Estados Unidos, 6 millones en Alemania, 3 millones en Gran Bretaña, por dar sólo algunos ejemplos. En un contexto de paralización de la economía internacional se hizo evidente que las profundas contradicciones que se habían desarrollado junto con el capital, no permitían ya que los mecanismos cíclicos clásicos de recesión y recuperación económica funcionaran aceitadamente como antaño. He aquí cuando una mayor participación e injerencia del Estado sobre la economía para intentar salvar a un sistema herido de muerte, deviene una necesidad insoslayable. Sin embargo, la mentada “participación del Estado” –a diferencia de lo que suele creerse– no tuvo una sola cara sino dos. El New Deal americano asociable a las recomendaciones de política keynesianas, muy lejos estaba de buscar algo similar a una “mejora en la redistribución del ingreso”. Perseguía en realidad, además de contener y subordinar al movimiento de masas, recomponer las colapsadas relaciones capitalistas de producción en una situación en la cual al decir del ex presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt “Bajo la inexorable ley de la oferta y la demanda, los bienes ofrecidos llegaron a sobrepasar de tal manera la demanda que podía pagarlos, que la producción debió frenarse bruscamente”. En este contexto, el Estado norteamericano ejerció un fuerte respaldo a la inversión a través de facilidades crediticias y de la realización de obras públicas absorbiendo parte del desempleo y reestimulando la demanda para que los capitalistas pudieran reabrir fábricas pudiendo realizar (vender) sus mercancías. Se buscaba con ello restablecer la producción y realización de plusvalor que permitiera el impulso a un nuevo ciclo de acumulación ampliada del capital, además de salvar a la banca a través de medidas de intervención estatal. Pero desde otro escenario, en la Alemania destruida, el fascismo no perseguía objetivos distintos a los americanos en lo que a las necesidades de salvar al capital se refiere, sólo que lo hacía bajo otros “métodos”. Como señalara León Trotsky “El Estado fascista legaliza oficialmente la degradación de los trabajadores y la depauperización de las clases medias en nombre de la salvación de la ‘nación’ y de la ‘raza’, nombres presuntuosos bajo los que se oculta el capitalismo en decadencia. La política del New Deal, que trata de salvar a la democracia imperialista por medio de regalos a la aristocracia obrera y campesina sólo es accesible en su gran amplitud a las naciones verdaderamente ricas, y en tal sentido es una política norteamericana por excelencia”. (Trotsky, “El marxismo y nuestra época”, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y de la economía de transición, CEIP). Por desgracia para los “humanistas” keynesianos y para el historial del capital que parafraseando a Marx “vino al mundo chorreando sangre y lodo”, el fascismo alemán con su preparación para la guerra ha sido más efectivo que el New Deal en el terreno de la recuperación capitalista. En 1936 Alemania había absorbido la casi totalidad de los desocupados mientras que Estados Unidos, aún cuando logró salir de la terrible depresión del los años ’29-’33, recién logró recuperar los niveles anteriores a la crisis del ’29 cuando, a partir del año 1938, comenzó su política armamentística para su posterior entrada en la segunda guerra mundial. De modo que la “intervención estatal” no constituyó un rasgo característico de las políticas keynesianas signado por la intención de “redistribuir el ingreso”. La intervención del Estado en la economía era una necesidad de los países imperialistas para salvar al capital condenado a muerte. En un país rico como Estados Unidos adoptó la forma “benéfica” –aunque no tan eficiente– del New Deal, en Alemania destruida adoptó la forma brutal del fascismo. Pero la variante propiamente americana resultó verdaderamente efectiva sólo cuando imitó el curso de su “rival” fascista y comenzó a armarse para participar en la carnicería imperialista.
Segunda guerra mundial, posguerra y boom económico
En última instancia y llevada hasta las últimas consecuencias, la necesidad del Estado capitalista de intervenir en la economía, debía alcanzar su forma más nítida en la preparación de las “naciones” para la guerra acabando en una nueva gran conflagración mundial. La segunda guerra tenía entre sus tareas resolver lo que la primera había dejado inacabado: el problema de la hegemonía imperialista. Además todos los contrincantes imperialistas compartían un objetivo común: destruir al Estado Obrero soviético que, aún en el marco de la degeneración stalinista, continuaba representando una seria amenaza para el capitalismo mundial. Si bien el bando aliado triunfó en la guerra, los resultados no fueron tan buenos como los deseados. El ejército fascista fue vencido finalmente por el Ejército Rojo en territorio soviético, lo que lejos de destrozar el fantasma del “comunismo”, dio renovados aires a la Unión Soviética, aunque lamentablemente también a la camarilla stalinista. La inmediata posguerra se caracterizó por una serie de ascensos revolucionarios que traicionados uno a uno por los Partidos Comunistas allanaron el camino a la consolidación de la hegemonía norteamericana que junto a la enorme destrucción de fuerzas productivas (materiales y humanas) legada por la guerra, abrió el camino a la recuperación del capital muy especialmente en los países centrales. Baja composición orgánica del capital, necesidades de reconstrucción asociadas a la “tierra arrasada” dejada por la guerra, masas de hombres hambrientos dispuestos a trabajar por un pedazo de pan, derrotas de los procesos revolucionarios particularmente en los países centrales y clara hegemonía mundial norteamericana, fueron todos factores que reestablecieron el equilibrio capitalista desde su ruptura en 1914 y crearon condiciones para la obtención de una alta tasa de ganancia para el capital. Sin embargo, las condiciones de la formación de un “pluscapital” es decir de la acumulación ampliada, nuevamente debieron ser sostenidas por una participación sin precedentes de los Estados en la economía. El Plan Marshall que data del año 1947 y constituyó una enorme inyección de capital por parte del Estado norteamericano sobre las destruidas economías de Europa, junto con la previa creación de organismos multilaterales tales como el FMI o el Banco Mundial, resultan sendos ejemplos de dicha participación. Las políticas keynesianas de estímulo de la demanda efectiva (gasto de consumo, gasto de inversión y gasto público) a través de la inflación del crédito, resultaron por vez primera verdaderamente exitosas en cuanto a garantizar mecanismos aceitados de producción y realización del plusvalor. Sin embargo el “éxito” del “círculo virtuoso” que apelando a mecanismos keynesianos caracterizó a los llamados “30 años gloriosos” del capital debe considerarse en el marco de dos aspectos fundamentales. El primero es que los mecanismos keynesianos que habían arrojado resultados poco satisfactorios en los años ’30, funcionaron de manera efectiva sólo tras la destrucción de la guerra y las derrotas mencionadas. El segundo es que estos mecanismos, que fundamentalmente en los países centrales permitieron un boom de producción y consumo con fuertes ganancias y salarios en alza, hallaron su límite ni bien hacia fines de la década del ’60, una composición orgánica creciente del capital volvió a poner en escena la ley de la caída de la tasa media de ganancia que se puso de manifiesto a través de la disminución de la masa de ganancias del capital.
Década del ’70, políticas keynesianas y giro neoliberal
Caída de la tasa de ganancia del capital, recuperación de Alemania y Japón que empiezan a cuestionar la hegemonía americana, ascenso de masas que comienza en el año 1968, fin del orden monetario de Bretton Woods que había establecido la paridad dólar-oro, son otros tantos factores que señalan que las condiciones excepcionales del boom de posguerra llegaban a su fin. En este escenario, las políticas keynesianas vuelven a mostrar su impotencia. La continuidad del estímulo estatal de la demanda efectiva a través de los mecanismos del crédito, no consigue evitar un nuevo estancamiento económico y sólo contribuye a estimular la inflación. Durante los años ‘70 el crecimiento es muy débil (hay estancamiento económico) y la inflación se vuelve imparable. La combinación de estos aspectos está en la base de un nuevo fenómeno que se conoció con el nombre de estanflación. La estampida de la crisis se produce en el año 1973 con la disparada de los precios del petróleo. Esta suba está asociada a la entrada en escena de la OPEP que tras soportar años de bajos precios petroleros provoca una estampida en el precio del crudo. Nuevamente, y como síntoma particular de la época de decadencia capitalista, las dificultades para la producción y la realización del plusvalor entran en escena y, muy a pesar de los mecanismos keynesianos de estímulo estatal de la demanda y la inversión, se traducen en procesos violentos de especulación financiera. En este marco, el alza de los precios del petróleo generó (además de contribuir a una mayor caída de la ya debilitada tasa de ganancia) ingentes masas de capitales que sin hallar espacio para la valorización, fueron depositados bajo la forma de eurodólares a los bancos europeos. La escasa rentabilidad así como la masa de mercancías invendibles en los países centrales (sobreacumulación y sobreproducción) –otra vez el keynesianismo no podía con las contradicciones estructurales del capital– estuvo en la génesis de otro proceso especulativo que esta vez adoptó la forma de masas de capitales que fueron prestados a los países periféricos en principio a bajas tasas de interés. Uno de los objetivos de la colocación de estas deudas “externas” era dar salida al exceso de mercancías de los países centrales. Pero en el año 1979, fundamentalmente como reacción frente a la devaluación del dólar provocada por la inflación, la Reserva Federal impulsa un fuerte aumento de las tasas de interés, con lo cual las deudas contraídas devienen totalmente impagables. Estalla una profunda crisis financiera. Las políticas keynesianas, a falta de fuertes elementos estructurales como los conquistados por el capital en la segunda posguerra, mostraban toda su impotencia. El giro neoliberal con punto de partida en el ’79 se pone de manifiesto más claramente a partir de los años ’80 con el Reaganismo-Tatcherismo y las derrotas de los mineros ingleses y de los controladores aéreos norteamericanos, dando lugar a las políticas neoliberales de los últimos aproximadamente 30 años. Hoy, cuando el espectro de la crisis vuelve a aparecer con profunda virulencia, los intentos por revitalizar la “vía keynesiana” no son más que lamentos desesperados por salvar a un capitalismo mal herido, mediante el olvido intencional del tendal de fracasos y desastres que el “humanismo” keynesiano nos ha legado.
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