Inestabilidad y fricciones en el régimen rumbo a 2012

29 Oct 2010   |   comentários

El país se desangra y se profundiza la miseria de la mayoría, mientras la “clase política” inició su carrera hacia las elecciones del 2012.

A 10 años de consumada la “transición pacífica a la democracia” con la alternancia del partido en el gobierno, los trabajadores y el pueblo padecemos despidos, desempleo, carestía y superexplotación; el saqueo de los recursos naturales del país y de las industrias estratégicas; la violencia de la “guerra contra el narco”, con sus miles de muertos y “bajas colaterales”; la injerencia de la Iglesia en las políticas públicas, contra las mujeres y los homosexuales; la corrupción a favor de las grandes empresas; la militarización del país y el ataque contra los movimientos sociales.
La realidad desmiente el exitismo del gobierno federal. El acuerdo estratégico entre los partidos del Congreso y la pasividad cómplice de las direcciones obreras y campesinas, es lo que ha sostenido al régimen reaccionario. Las elecciones del 2012 buscan fortalecerlo con la idea de que puede haber un cambio si se vota por otro partido, para canalizar el descontento popular por la vía de las instituciones.
En los últimos meses, el gobierno avanzó ofensivamente con el golpe a los electricistas. El desgaste del Ejecutivo y su ofensiva reaccionaria, motivaron que cobre tanta importancia la cuestión electoral, como forma de desviar la atención de los trabajadores sobre los principales problemas que les conciernen. En este reaccionario régimen, los trabajadores ni siquiera tenemos posibilidad de usar las elecciones para dar a conocer nuestras posiciones y demandas, por las reaccionarias leyes electorales aprobadas por los partidos patronales.
Con las elecciones, los partidos del régimen buscan repartirse el botín y los cotos de poder. En ese sentido, la elección del próximo año para gobernador del Estado de México –el estado más importante del país–, mostrará las tendencias hacia el 2012, por lo que esta disputa representa para los partidos patronales la “madre de todas las batallas”.
Sin embargo, lejos de un recambio de gobierno ordenado y sin sobresaltos, la disputa electoral promete multiplicar las fricciones entre “los de arriba” que ya vimos en el 2006, añadiendo elementos de inestabilidad a la crítica situación nacional. Ante la posibilidad de que el descontento popular crezca y se exprese en nuevas luchas, un conflicto en las alturas podría entorpecer el plan de utilizar las elecciones para recomponer al régimen.

Calderón, Peña Nieto y el PRD

Un factor de inestabilidad es el desprestigio del gobierno federal. A su cuestionamiento por el fraude del 2006, se añade la militarización del país por la “guerra contra el narco”, que anuló de hecho los derechos democráticos en regiones enteras del país, con su caudal de asesinatos, violaciones y todo tipo de atropellos. El “crimen organizado” golpeó hasta la cúpula del PAN con el secuestro de Fernández de Cevallos.
La entrega de la riqueza nacional a las trasnacionales es cínica, como mostró el intento de concesionar a precio de remate una parte del espacio radioeléctrico a favor de Televisa; el escándalo de corrupción que involucra a directivos de la CFE en la firma de contratos a cambio de prebendas o el saqueo de Mexicana. A esto se suma la brutal ofensiva contra los trabajadores que implicó la extinción de Luz y Fuerza, los ataques al gremio minero y el golpe a los trabajadores aeronáuticos.
Esto acrecentó el descontento contra el Calderón. Incluso al interior del PAN se expresan voces “disidentes”, desde Espino hasta Fox, que maniobran para mantener el “honor” de su partido frente a la debacle calderonista.
En tanto, los sectores más importantes de la burguesía parecen inclinarse cada vez más por la candidatura del gobernador Enrique Peña Nieto, que les garantice gobernabilidad, “mano dura” contra las luchas sociales y “manos libres” para sus jugosos negocios. Peña Nieto cuenta con el respaldo de la mayoría de su partido, empezando por Salinas, además de Televisa, que hace tiempo lo promociona. Su figura encarna el tradicional autoritarismo priista, los planes neoliberales, la corrupción de los funcionarios públicos, la impunidad de policías violadores y los vínculos del poder con el narco.
Por su parte, el acuerdo del PRD con el PAN, expresado en las alianzas electorales que pretenden reeditar en el Estado de México, muestra la bancarrota del “sol azteca” como “oposición responsable” del régimen. Si el objetivo histórico del PRD era sacar al PRI de Los Pinos, en la lógica de los dirigentes perredistas es natural que ahora busquen evitar a toda costa que el tricolor vuelva a la presidencia, aún si esto significa abandonar su rol “opositor” y aliarse con la derecha (como ya lo hizo antes en varios estados). Éste es el callejón sin salida al que los condujo la “transición pactada”, como estrategia de auto-reforma del régimen, que terminó juntando a los “demócratas” con los conservadores y amenazando con que vuelva al poder el que fuera durante 70 años el “partido de Estado”, autoritario por excelencia.

Ninguna confianza en esta “democracia para ricos”

Los trabajadores y el pueblo no debemos confiar en un supuesto cambio “por arriba” que servirá para reforzar los mecanismos de control y engaño de las masas, a la vez que mantendrá la precaria situación de los trabajadores y el pueblo. Tampoco podemos esperar hasta el 2012 para defender nuestros derechos y conquistas. Desgraciadamente, es probable que las direcciones sindicales eviten a toda costa luchar para no “entorpecer” las elecciones, o se movilizarán subordinadas a alguno de los partidos del régimen, apostando a su “reforma”.
Lejos de la democracia prometida con la “alternancia”, nos enfrentamos a un régimen más represor, opresor, cínico, de hambre y corrupción. Esta degradación de la democracia burguesa mexicana responde a la necesidad que tienen los capitalistas por descargar la crisis sobre la espalda de los trabajadores y cerrar el paso a cualquier expresión activa de descontento y de organización política independiente.
No se trata entonces de “reencauzar la transición” como proponen algunos intelectuales, o “reformar” al régimen como propone López Obrador. El problema no sólo es el “mal gobierno” o “la mafia que se adueñó de México”, sino un régimen político al servicio de la burguesía y el imperialismo, con un carácter de clase, que mantiene en la pobreza a millones de mexicanos.
Contra esta “democracia para ricos” al servicio de una minoría privilegiada, es necesario unir fuerzas para defender y conquistar las demandas democráticas más sentidas de la población, como el rechazo a la militarización del país y por la vuelta del ejército a los cuarteles, la libertad de los presos políticos y de las mujeres presas por aborto clandestino, por plenos derechos para los homosexuales y lesbianas, el alto al feminicidio y el castigo de los responsables, el derecho de las comunidades indígenas a la autodeterminación, etc. Estas reivindicaciones democráticas deben vincularse a las demandas obreras y campesinas, así como a la lucha contra la subordinación del país al imperialismo (en contra del TLC, por los derechos de los migrantes, etc.).
Esto significa levantar un programa propio de la clase obrera, bajo una perspectiva de independencia de clase, que apunte a conquistar con la movilización revolucionaria de las masas, un gobierno basado en la organización democrática de los trabajadores del campo y la ciudad que ofrezca una salida real y de fondo a todas la demandas del conjunto de la población.
Un gobierno obrero revolucionario que controle los resortes de la economía, socialice los medios de producción y los ponga al servicio de las mayorías, acabando con la explotación; que siente las bases materiales para la disolución de toda opresión política y social; que, en una perspectiva internacionalista, impulse la unidad con los trabajadores de Latinoamérica y el mundo por la revolución socialista.









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