La crisis en Siria y los límites del poderío norteamericano
19 Sep 2013
| comentários
En solo dos semanas el gobierno norteamericano pasó de anunciar un ataque militar inminente y unilateral contra Siria como represalia por el supuesto uso del régimen de al Assad de armas químicas, a aceptar una “salida diplomática” propuesta por Rusia -el principal aliado internacional de al Assad- que consistiría en la entrega por parte del gobierno sirio de sus stocks de armas químicas a organismos internacionales para su destrucción, bajo supervisión de la ONU.
En solo dos semanas el gobierno norteamericano pasó de anunciar un ataque militar inminente y unilateral contra Siria como represalia por el supuesto uso del régimen de al Assad de armas químicas, a aceptar una “salida diplomática” propuesta por Rusia -el principal aliado internacional de al Assad- que consistiría en la entrega por parte del gobierno sirio de sus stocks de armas químicas a organismos internacionales para su destrucción, bajo supervisión de la ONU.
Según la versión oficial, Rusia transformó en iniciativa política un “gaffe” del secretario de estado norteamericano, John Kerry, que respondió retóricamente en una conferencia de prensa que la forma de evitar el ataque militar de Estados Unidos -al que de todos modos calificó como “increíblemente pequeño”- era que Assad entregara su arsenal químico.
Sin embargo, teniendo en cuenta que la propuesta fue como una tabla de salvación para el gobierno norteamericano, parece más plausible que esta “salida honorable” para la crisis que abrió la intervención militar en Siria, sea producto de una negociación entre Obama y el presidente ruso, Vladimir Putin, durante la cumbre del G-20 en San Petersburgo ante la soledad en que había quedado Estados Unidos para esta nueva aventura militar en el Medio Oriente. En lo inmediato esta salida le sirve a la mayoría de los actores involucrados, excepto a las direcciones proimperialistas sirias y a sus patrocinadores locales que bregan por una intervención de las potencias occidentales similar a la operación de la OTAN en Libia. Obama evitó una derrota casi segura en el Congreso, que según todos los cálculos por una mayoría abrumadora iba a rechazar autorizar el uso de la fuerza militar en Siria, entre otras cosas porque después de más de 10 años de guerras en Irak y Afganistán, esta nueva incursión militar es altamente impopular entre la población (de acuerdo a la última encuesta de Reuters solo el 16% apoyaría un ataque unilateral). A pesar de que la crisis de la política de Obama hacia Siria es inocultable, el presidente norteamericano reivindicó esta “solución rusa” como un logro suyo, producto de la presión de la amenaza militar. Junto con Gran Bretaña y Francia -que también enfrentan una enorme oposición interna a la guerra- buscará que la ONU apruebe una resolución que legitime el uso de la fuerza en caso de que Assad no cumpliera con el compromiso de entregar sus armas. Como la exigencia es imposible de comprobar, esta resolución en última instancia, obraría como una excusa para darle cobertura a una eventual intervención.
Esta debilidad del frente imperialista, le permitió a Rusia lograr aparecer de nuevo como potencia (a pesar de que sus bases de apoyo económicas y políticas son débiles y la Rusia actual está lejos de jugar el rol de la ex URSS, en especial por su control del movimiento obrero mundial) con la que Estados Unidos se ve obligado a negociar si pretende conseguir alguna legitimidad del Consejo de Seguridad de la ONU, ya que su poder de veto en ese organismo lo ubica como un actor clave. Junto con China obstaculizará la aprobación de cualquier resolución que le dé legitimidad a la acción militar norteamericana.
El régimen de Assad se salvaría por ahora de un ataque militar de las potencias occidentales y sus aliados árabes, que podría alterar la relación de fuerzas a favor del bando rebelde.
Con Estados Unidos sin la capacidad de imponerse en la ONU, seguramente se abrirá un proceso prolongado de negociaciones y tironeos con resultado aun incierto.
La decadencia de Estados Unidos
Los zigs zags de la política exterior de Obama -que pasó en cuestión de días del guerrerismo a la diplomacia- y las grandes dificultades políticas para llevar adelante al ataque contra Siria, a pesar de la enorme superioridad militar, son la muestra más cabal del salto en la declinación del poderío norteamericano luego de las derrotas sufridas en Irak y Afganistán y de los obstáculos que encuentra Estados Unidos para restablecer su dominio en una región estratégica, todavía sacudida por los complejos procesos de la primavera árabe, con el telón de fondo de la crisis capitalista. Lo que está en juego en esta crisis no es el destino del régimen de Assad sino la capacidad de Estados Unidos para ejercer su rol de policía mundial e imponer sus intereses a aliados y enemigos. Una debilidad en este terreno tendría consecuencias de largo alcance y podría alentar a otros estados como Irán o Corea del Norte a desafiar las imposiciones de Norteamérica y sus agentes. Esto no quiere decir que Estados Unidos, que sigue siendo la principal potencia imperialista, no persiga políticas agresivas sobre todo donde está en juego su interés nacional o que, necesariamente, esta debilidad sea aprovechada a favor de sus intereses por las masas obreras y populares cuando tienen al frente direcciones reaccionarias, como muestra la crisis de Irak donde recrudeció la guerra civil entre sunitas y shiitas tras la retirada de las tropas norteamericanas, o Afganistán donde Estados Unidos busca negociar su salida con los talibán.
No a la intervención imperialista en Siria con o sin apoyo de la ONU
Luego de haber resignado por ahora la acción unilateral, Obama buscará la cobertura de la ONU para hacer avanzar los intereses imperialistas usando la excusa de la prohibición de las armas químicas, una gran hipocresía cuando es Estados Unidos el país que posee el mayor stock de armas no convencionales. La política de Rusia es sostener al régimen de Assad, en función de sus intereses geopolíticos y eventualmente ser un actor fundamental para una salida negociada entre Assad y las fracciones opositoras moderadas, un objetivo que quizás comparta con Estados Unidos. Por eso los marxistas nos oponemos tanto al ataque militar unilateral como a las resoluciones de las Naciones Unidas que son la cobertura diplomática de la injerencia imperialista. La gran lección que están dejando los procesos de la primavera árabe es que para derrotar al imperialismo y a los regímenes dictatoriales, como el de Assad que mantiene con mano de hierro los privilegios de una minoría de explotadores, es necesario desarrollar la acción y la organización independiente de los trabajadores, los jóvenes y los sectores populares.
No hay comentarios para este artículo