La historia de nuestra clase en voz de sus protagonistas

26 Apr 2015   |   comentários

La historia de nuestra clase en voz de sus protagonistas
En estos días las y los jornaleros del valle de San Quintín, Baja California, preparan nuevas movilizaciones por salarios y mejoras de condiciones de trabajo. La clase trabajadora empieza a moverse. Pero no parte de cero. Tiene una historia plena de luchas, de creatividad para organizarse, para hacer oír su voz, de combatividad. Las huelgas de inicio del siglo XX, Río Blanco y Cananea, la lucha ferrocarrilera de 1958, los mineros de Nueva Rosita, la primavera magisterial de fines de los ’80 son sus hitos más conocidos. Pero hay mucho más por conocer, por descubrir. Las y los trabajadores que salieron a marchar y a parar por Ayotzinapa, las y los que se ahogan en una línea de producción con salarios que no alcanzan ni para tortillas, mineros, telefonistas, petroleros, trabajadoras y trabajadores de tiendas departamentales expuestos a todas las formas de violencia laboral imaginables, todos necesitan conocer su historia. Conocer cómo dijeron basta las generaciones obreras anteriores y cómo lucharon. Cómo se organizaron, a pesar y contra el control de los charros. En esta nueva sección de Tribuna Socialista queremos contar esas historias que dan cuenta de la combatividad y el arrojo de la clase trabajadora mexicana, reconstruyendo las voces de sus protagonistas, que nos llegan en las alas del tiempo.
1906: La Huelga de Cananea (primera parte)
Marcela Ríos
Estoy seguro que mucho les han hablado en estos últimos 109 años, de las huelgas de Cananea y Rio Blanco; de nuestra heroicidad, bravura y dignidad; de que fuimos precursores de la revolución y provocamos que se promulgara la constitución del ´17.
Pero imagino que hay cosas que nos les han contado, no al menos tal como nosotros las vivimos. Y es que, quienes escriben la historia para los vencedores, tienen prohibido dejar por escrito lo que podría ser una poderosa fuente de ideas que prometa cambiarlo todo.
Ya entonces, nuestras huelgas fueron un germen poderoso que despertó la conciencia de millones en nuestra clase y le dieron impulso a cientos de luchas los años siguientes, cimentando las bases de nuestra revolución.
No pueden permitirse que ese germen se propague por el mundo a través de los siglos.
Y porque en ese luchar, embravecido y desesperado, iban nuestros deseos e ilusiones de cambiarlo todo, de tener derecho a lo elemental, pero no pudimos concretarlo, es por eso que he vuelto hoy después de tantos años a contarles al menos algo de lo que ellos no han de contarles.

Porque he comprendido que nuestra clase tiene el derecho a triunfar, pero para ello será necesario comenzar a planificar ese triunfo. Y qué mejor que partir de nuestras propias lecciones que tantas vidas nos costaron.

Porque entendí que, sin nosotros, sin la clase trabajadora, no hay ganancias, sin nosotros… no hay nada. Y eso hay que transmitirlo.

A cambio, solo pido un favor a los lectores, trabajadores, trabajadoras y estudiantes: que intenten imaginarse ser parte de esta historia, buscando la similitud con sus propias historias, pues tengo la firme convicción que por más que el escenario parezca distinto, en mucho de lo que aquí les narraré podrán encontrar algo de sus vidas, al igual que de la vida, hoy, de nuestro querido México.

Pido mantener también mi nombre en secreto, y es que al ser parte de miles de hombres y mujeres que hicieron nuestra hermosa historia sin más intención que vivir dignamente, es mi deseo solo ser uno más de esos valerosos sujetos, uno de los miles heroicos obreros del mineral de Cananea.

De cómo y por qué inició la huelga
En nuestra lucha, parecida a la de los obreros y sus familias textiles de Río Blanco, si bien de forma elemental pues nuestra madurez como clase aún era muy baja a principio del siglo pasado, empezamos a entender que nuestro trabajo tenía un mayor valor del que el patrón nos pagaba por él, y que las condiciones en las que laborábamos debían ser otras, no tan salvajes. Pero también entendimos que debíamos luchar si queríamos conseguir un cambio. A esto último no nos fue sencillo llegar, pues debimos romper antes con la ingenuidad de pensar que, solo ante nuestro reclamo, el patrón comprendería y nos otorgaría nuestros derechos. Debimos ver con nuestros propios ojos su desprecio ante la seriedad de nuestras desesperadas peticiones, para comprender que debíamos reforzar la organización y tomar medidas más duras como la huelga, e incluso extenderla a las demás minas o textiles, según la lucha en cada empresa.
Quiero destacar esto, pues estas elementales conclusiones tuvieron mucha importancia, tanta, que fueron el germen que fecundó en millones con el correr del tiempo y dieron pie a miles para que comenzaran a entender que unos pocos pueden vivir en la opulencia a costa de nuestras indignas vidas; que hay un puñado que dan de comer a sus hijos manjares, a costa de que las mayorías podamos darles solo frijoles y tortillas; de que otra vida es posible, pero que hay que ir por ella aunque nos cueste los máximos esfuerzos. Pues será necesario para que nuestros hijos puedan gozar de la vida que merecemos.
Y así fue que aquel 1° de junio de 1906 comenzamos nuestra justa lucha en la mina Oversight de Cananea (en Sonora), con esa necesidad de ir en busca de la vida que nos era negada, la que comprendíamos merecer por todo el esfuerzo que realizábamos en las extenuantes jornadas de 14 y 16 horas diarias sin días de descanso. Sumado a que nuestros miserables contratos incluían los abusos de autoridad de los empleados de privilegio, jefes y carceleros, con el inhumano maltrato que debíamos padecer de manos de esos lacayos estadounidenses del también estadounidense patrón, quienes siendo de nuestra misma clase, más allá de donde hubieran nacido, por unas monedas más y menos horas de trabajo que nosotros, eran capaces de traicionarnos, humillarnos y matarnos de ser necesario.
Ese día, recuerdo que amanecimos firmes y dispuestos a pedirle las mejoras al patrón, pero con el correr de las horas y ante la rotunda negativa del Sr. Greene, se fueron sumando cada vez más y más almas con sus cartelones en alto que rezaban: “cinco pesos, ocho horas”. Para las 10 de la mañana era tal la rabia acumulada que la huelga estalló.
Tan pronto paralizamos la mina, el patrón espantado y temeroso llamó al Jefe Municipal, éste al Gobernador de Sonora y siguieron los llamados hasta el mismo presidente Porfirio Díaz. El empresario y sus sirvientes al mando del país, estados y municipios, entendieron bien claro el mensaje, y con prisa comenzaron a prepararse, pero no para darnos lo que pedíamos; lejos de escuchar nuestros sensatos reclamos, decidieron ahogarlos.
No puedo dejar de mencionar, pues estaría faltando a la verdad y no se completarían mis conclusiones, que quienes alentaron nuestro despertar sindical fueron los valerosos hombres magonistas, intelectuales luchadores enrolados en el Partido Liberal Mexicano, que desde hacía tiempo tenían claro su fin de acabar con el régimen dictatorial y asesino de Díaz, y entendían que debía despertar la clase obrera para librar la insurrección armada que los podría llevar a conquistar tal fin. Aunque nosotros aun no éramos conscientes de ello, sí lo era Porfirio Díaz por lo que venía persiguiéndolos hacía tiempo y tomando nota de todas sus acciones. Por ello, al mismo tiempo que el empresario extranjero era beneficiado por las políticas impulsadas por el régimen de Díaz, (el capital extranjero era aproximadamente el 80% en nuestro país), contaba con todo el apoyo armado dictatorial para salvaguardar a sangre y fuego sus intereses.
Desde la mina de cobre más importante de la región, habíamos comenzado a hacer circular un volante con nuestras peticiones en el resto de las minas, y ya no estaríamos solos porque todas las minas del mismo patrón entraron esa mañana en huelga, pues como reguero de pólvora se habían extendido nuestras demandas despertando en otros la misma conciencia.
Nuestra firme decisión y la idea de unidad les dieron las fuerzas para sumarse al reclamo. Ya éramos miles detrás de tan justo fin. Y aunque el estar unidos sin dudas nos fortalecía y era una condición elemental para la lucha, veremos que no fue suficiente.
Continuará…









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