Un nuevo crimen del estado sionista

03 Jun 2010   |   comentários

Jueves 3 de junio de 2010

El 31 de mayo, la armada israelí abrió fuego contra una flotilla internacional compuesta por seis barcos en los que viajaban alrededor de 700 activistas y reconocidas personalidades de más de 40 países solidarias con el pueblo palestino. Esta flotilla intentaba entregar un cargamento de 10.000 toneladas de ayuda humanitaria a la Franja de Gaza, y así quebrar el brutal bloqueo aéreo, terrestre y marítimo impuesto por el Estado de Israel y Egipto desde principios de 2007 con el apoyo explícito de Estados Unidos y la Unión Europea.

La flota humanitaria, organizada por el movimiento Free Gaza y una ONG, fue interceptada por unidades de elite del ejército sionista mientras navegaba por aguas internacionales, a unos 60 km de la costa israelí. Grupos comandos armados hasta los dientes, descendieron de helicópteros y abordaron el buque Mavi Marmara, de bandera turca, donde viajaban la mayoría de los pasajeros, abriendo fuego contra sus ocupantes. Según los datos oficiales, en el brutal asalto murieron 9 activistas (4 de nacionalidad turca) y decenas resultaron heridos. En la operación las fuerzas israelíes detuvieron a más de 600 personas, que fueron interrogadas y finalmente deportadas por las autoridades israelíes.
El gobierno ultraderechista de Netanyahu-Lieberman ya había anunciado que no iba a permitir el arribo a Gaza de la flotilla humanitaria, a la que consideró una “provocación política” contra Israel, y desde hacía varios días venía planeando el operativo militar. El objetivo era hacer una demostración de fuerzas para evitar que se multipliquen las acciones de solidaridad con la población de Gaza y sobre todo, para mantener el bloqueo marítimo.

Este nuevo crimen generó un repudio extendido entre amplios sectores de masas en todo el mundo, deslegitimando aún más al gobierno derechista de Netanyahu. Incluso gobiernos amigos del estado sionista, como el británico, llamaron a levantar el bloqueo a la Franja de Gaza y el reaccionario gobierno egipcio del dictador Hosni Mubarak se vio obligado a abrir parcialmente el paso fronterizo de Rafah para permitir el ingreso por unas horas de palestinos desesperados en busca de insumos básicos.
Pero más allá de la indignación y la bronca, Israel evitó nuevamente una condena internacional. Después de una sesión de emergencia que se prolongó durante 12 horas, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, tras una política activa de Estados Unidos, principalmente hacia Turquía, emitió una declaración en la que sólo lamentó “la pérdida de vidas y los heridos que resultaron del uso de la fuerza durante la operación militar israelí en aguas internacionales”, le solicitó al gobierno israelí una “investigación imparcial” de lo sucedido y se limitó a considerar “insostenible” la situación en Gaza.

Como cuando bombardea a la población civil palestina, como cuando asesina “extrajudicialmente” a activistas y dirigentes de la resistencia nacional palestina, o cuando reprime a la población árabe israelí, el estado terrorista de Israel pretende cubrir sus crímenes como actos de “defensa propia” y justificó la masacre acusando a los activistas de tener lazos con “organizaciones terroristas como Hamas y Al Qaeda”.
Para esto cuenta con el aval de su principal sostén, Estados Unidos, y la “comunidad internacional” que más allá de alguna crítica, reconoce el derecho de Israel a defender su “seguridad” frente a una supuesta “amenaza terrorista”. El vicepresidente norteamericano Joe Biden incluso reivindicó en una entrevista el derecho de Israel a detener la flotilla “porque está en guerra con Hamas” (Haaretz, 2-6-10).
En un mensaje al país, Netanyahu dejó en claro que más allá de las críticas que recibió su gobierno, su política no cambiará. Reafirmó que “el objetivo de la flotilla no era entregar ayuda humanitaria sino quebrar el bloqueo”, y que si eso sucedía “Gaza se transformaría en un puerto iraní en el Mediterráneo” (Haaretz 2-6-10).

Crisis regional

El incidente amenaza con desatar una crisis de proporciones entre Israel y el gobierno turco con consecuencias para la política norteamericana en Medio Oriente. Durante años, Turquía fue un aliado clave de Israel en el mundo musulmán, y mantenía desde 1996 un tratado de cooperación militar. Turquía había actuado como mediador para reiniciar el diálogo entre Siria e Israel, en el conflicto por la ocupación de las alturas del Golan. Sin embargo, estas relaciones vienen deteriorándose desde la última incursión militar israelí en Gaza, a fines de 2008. Tras la asunción de Netanyahu como primer ministro, basado en una coalición entre el Likud y la extrema derecha israelí, la tensión no ha ido más que en aumento.
La política del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, es recomponer las relaciones con otros países árabes y musulmanes, entre ellos, Irán y Siria, como muestra el acuerdo nuclear firmado por Turquía y Brasil con el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, que alivia la presión internacional que Estados Unidos venía ejerciendo para lograr imponer sanciones contra la República Islámica de Irán.

Esta reorientación de la política exterior turca, que algunos medios denominan “neo otomana”, además de responder a intereses regionales, es un reflejo en el plano interno del enfrentamiento entre el oficialista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), laico pero de tendencia islamista moderada, y las fuerzas armadas turcas, acérrimas partidarias de la alianza con Israel y enemigas de que el estado tome un carácter religioso. Este conflicto llevó a principios de año a que el gobierno detuviera a decenas de oficiales acusados de planificar un golpe de Estado.

Turquía es un importante aliado de Estados Unidos en la región, que históricamente ha considerado que puede actuar como un puente para los intereses occidentales en el mundo musulmán y de esa forma, contribuir a mantener la estabilidad regional.
El gobierno de Netanyahu viene complicando los planes de Obama para tratar de consolidar una negociación que ponga fin al conflicto palestino, para la que cuenta con la colaboración de los reaccionarios gobiernos árabes y de la corrupta Autoridad Nacional Palestina, bajo la dirección de la OLP, establecida como un seudogobierno cliente de Israel y del imperialismo en Cisjordania.
Las tensiones crecientes en Medio Oriente ponen al descubierto las dificultades que está encontrando el imperialismo norteamericano para imponer sus intereses en la región.

Los crímenes de Israel y la hipocresía imperialista

Desde 2007, el estado de Israel mantiene sitiada a la población de Gaza. Con el aval del imperialismo norteamericano, las potencias europeas, los gobiernos árabes y del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, el estado sionista junto con Egipto decidió sellar por cielo, mar y tierra a la Franja de Gaza y así forzar la caída del gobierno legítimo de Hamas, que había ganado las elecciones generales en 2006.

Con el bloqueo, Israel transformó a la Franja de Gaza, una pequeña porción de territorio donde viven hacinados alrededor de 1,5 millones de palestinos, en una prisión a cielo abierto. Las consecuencias de esta política criminal de “castigo colectivo” son devastadoras. Según las estadísticas de las Naciones Unidas, alrededor del 70% de la población de Gaza vive con menos de un dólar diario; 75% depende de la ayuda humanitaria para sobrevivir y un 60% no tiene acceso al agua potable.
Al bloqueo se suman los efectos de la última guerra contra Gaza de 2008-2009, conocida como operación “Plomo fundido”, durante la cual el ejército israelí bombardeó sistemáticamente la población civil, y destruyó un centro de refugiados de las Naciones Unidas, además de escuelas, hospitales y los edificios del gobierno de Hamas.
El gobierno de Obama, que mantiene la alianza incondicional con el estado sionista, justifica toda acción criminal israelí como “legítima defensa” y continúa vetando incluso cualquier condena internacional contra Israel en las Naciones Unidas, mientras que intenta imponer sanciones contra regímenes no aliados como Irán o Corea del Norte.

La supuesta propuesta de “paz” de Estados Unidos para Medio Oriente es aislar a Hamas y cerrar una negociación con la dirección proimperialista de la OLP, que preside la Autoridad Palestina en Cisjordania. Este acuerdo implicaría la anexión al Estado de Israel de los asentamientos de colonos, más una zona de “seguridad”, la renuncia del derecho al retorno de la población palestina expulsada de sus tierras durante la fundación del estado de Israel y la aceptación de una ficción de estado sin unidad territorial y bajo custodia del ejército israelí.
Sin embargo, la coalición derechista que gobierna Israel no está dispuesta siquiera a hacer la más mínima concesión y sigue impulsando una política agresiva de extensión de las colonias en territorios palestinos, lo que ya causó una crisis diplomática con Estados Unidos. Además, presiona al gobierno de Obama, a través del poderoso lobby sionista norteamericano, para que defina una política más agresiva contra el régimen iraní al que ve como una amenaza directa para su seguridad.

Pero ni estos roces ni alguna declaración formal pondrán en cuestión la alianza estratégica entre el imperialismo norteamericano y el estado de Israel, que aunque hoy parezca ser un obstáculo relativo para la política norteamericana en Medio Oriente, históricamente ha actuado en defensa de los intereses imperialistas contra los pueblos de la región.
Miles de personas en todo el mundo han salido a las calles a repudiar este nuevo crimen del estado sionista. Es necesario redoblar la movilización internacional en solidaridad activa con el pueblo palestino y para poner fin al criminal bloqueo a la Franja de Gaza. Contra la hipocresía de las potencias imperialistas o de las Naciones Unidas que justifican la violencia del estado terrorista de Israel, mientras condenan la resistencia palestina contra sus opresores, la movilización es el camino para que esta vez, a diferencia de la guerra del Líbano o de las innumerables incursiones militares en los territorios ocupados, los aberrantes crímenes del estado de Israel no queden impunes.

Por una Palestina obrera y socialista

Desde su fundación en 1948 sobre la base de la expropiación y la
expulsión de la población árabe originaria, el Estado de Israel persiguió una política colonial y expansionista. Además de los territorios anexados luego de la guerra de los seis días y otras incursiones militares, el estado sionista ha tenido una política de colonización con la que incorpora cada vez más territorio a sus futuras fronteras, protegidos por una muralla de concreto.
La supuesta “solución de dos estados” propagandizada por el imperialismo, los gobiernos árabes y la Autoridad Nacional Palestina es profundamente reaccionaria. El supuesto estado palestino no es más que un conjunto de ciudades aisladas, circundadas por el “muro del apartheid”, sin unidad territorial y custodiadas por soldados israelíes que controlan la entrada y salida de los territorios.
La dirección nacionalista burguesa de la OLP traicionó abiertamente la lucha del pueblo palestino. El actual titular de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas es un agente más de la política imperialista e israelí.

Ante esta traición de la dirección histórica palestina se han fortalecido direcciones islámicas, principalmente Hamas, que ganó las elecciones de 2006 y que se mantiene en el gobierno en la Franja de Gaza después del intento fallido de las milicias de Al Fatah de derrocarlo. Aunque los revolucionarios defendemos a estas organizaciones frente a los ataques del imperialismo y el estado sionista, combatimos su estrategia reaccionaria de establecer un estado islámico.

La existencia del Estado de Israel, un enclave colonialista y racista al servicio de los intereses imperialistas en Medio Oriente, es incompatible con los derechos nacionales del pueblo palestino. Los revolucionarios nos pronunciamos por terminar con el terrorista Estado de Israel y defendemos el derecho elemental del pueblo palestino a su autodeterminación nacional y a tener su propio estado, un estado laico y no racista en todo el territorio histórico palestino. Pero esa legítima aspiración nacional sólo será realizable en el marco de una Palestina obrera y socialista donde puedan convivir en paz árabes y judíos. Es necesario pelear por la unidad revolucionaria de la clase obrera y las masas oprimidas de la región, para enfrentar al imperialismo y a los reaccionarios gobiernos árabes proimperialistas, en la perspectiva la revolución obrera y la lucha por una Federación Socialista de Medio Oriente.









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