A propósito de los textos y comunicados de Guillermo Almeyra y el Subcomandante Marcos
Unidad de acción y alianza de clases
27 Feb 2013
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Armas de la Crítica 26 febrero, 2013
Pablo Oprinari
El regreso del PRI a Los Pinos ha propiciado, desde julio del año pasado, importantes manifestaciones de descontento juvenil y popular. El movimiento #YoSoy132 (que irrumpió durante la campaña electoral) fue una muestra de ello, asimismo, importantes fuerzas políticas y sociales, como es el caso del movimiento zapatista, se dejaron oír nuevamente. La movilización de 40,000 indígenas integrantes del EZLN en el mes de diciembre, y los comunicados que desde entonces lanzó el Subcomandante Insurgente Marcos generaron no sólo simpatía entre muchos trabajadores, estudiantes y pueblo en general, sino que reanudaron el debate en torno a las posturas del EZLN y su actitud ante el PRD, Andrés Manuel López Obrador y el MORENA, el “frente único” y la cuestión del poder. Esto ha sido, en primer lugar, alimentado por los mismos textos de Marcos, quien en un estilo coloquial se ha referido a éstos y otros debates del quehacer político de la “izquierda” institucional mexicana.
Ya desde el año 2005, en ocasión de la VI Declaración de la Selva Lacandona, el EZLN confrontó públicamente con la práctica política del PRD. Aunque antes de este momento hubo críticas parciales y reclamos políticos al sol azteca por parte del zapatismo –así como críticas a quienes enfrentaron al perredismo, como fue el caso de la llamada “ultra” en la huelga de la UNAM–, fue a partir de la VI Declaración que el movimiento alentado por el EZLN adoptó definiciones que lo delimitaron del PRD y lo constituyeron en un referente político para muchos jóvenes, campesinos y trabajadores, descontentos con la práctica clientelar y pro-patronal de éste. En los comunicados actuales puede encontrarse una continuidad de la correcta crítica zapatista a la clase política mexicana, que no exceptúa a los referentes del PRD y en particular del MORENA, más allá de que Marcos, sea por recursos literarios o políticos, opte por no siempre llamarlos por su nombre. Es una crítica con la que no se puede menos que estar de acuerdo, viendo por ejemplo cómo se derrocharon las energías puestas por millones en las calles en las movilizaciones contra el fraude del 2006, que AMLO encabezó y que en los momentos decisivos actuó frenando para evitar la radicalización de la protesta. O, por ejemplo, al ver cómo la cúpula perredista dejó solos a los indígenas y sus demandas, votando en el 2001 la reaccionaria “ley indígena” del panismo, o como en la represión, encarcelamiento y persecución a los militantes zapatistas, el PRD en Chiapas y otros estados del país fue ominosamente responsable.
Unidad de acción y alianza de clases
En sus comunicados, Marcos plantea, por ejemplo, que “Ustedes nos dicen que hay que unirnos tod@s porque no hay otro camino: o las elecciones o las armas. Y ustedes, que en ese argumento falaz sostienen su proyecto de invalidar todo lo que no se supedite al reiterado espectáculo de la política de arriba, nos emplazan: muéranse o ríndanse. Y hasta nos ofrecen la coartada, porque, argumentan, como se trata de tomar el Poder, sólo hay esos dos caminos. ¡Ah!, y nosotros tan desobedientes: ni nos morimos, ni nos rendimos. Y, como quedó demostrado el día del fin del mundo: ni lucha electoral ni lucha armada. ¿Y si no se trata de tomar el Poder? Mejor aún: ¿y si el Poder ya no reside en ese Estado Nación, ese Estado Zombi poblado de una clase política parásita que practica la rapiña sobre los restos de las naciones?” (ELLOS Y NOSOTROS. VI.- Las Miradas. 1.- Mirar para imponer o mirar para escuchar.). En otro de sus comunicados (La mirada desde arriba) critica “la unidad a toda costa. Entenderse sólo con el jefe, dirigente, líder, caudillo, o como se llame. Controlar, administrar, contener, comprar a un@ es más fácil que a muchos. Sí, y más barato.”
En este plano de la discusión –y aunque no queda claro si Marcos se refiere al PRD hoy derechizado o bien a los sectores vinculados a López Obrador– ha intervenido Guillermo Almeyra, quien luego de describir quienes a su entender conforman “El frente de los que resisten al gobierno desde la trinchera social (que) está fragmentado”, discute en varios de sus artículos con la postura de Marcos, criticando su visión de que “los poderosos” buscarían la unidad de los oprimidos: “¿Cuál es el objetivo de la minoría de poderosos que explotando la ignorancia de la mayoría de los mexicanos y su desorganización y la acción de sectarios y provocadores de todo tipo domina la mente de la mayoría de los explotados y oprimidos (y de la mayoría de los indígenas de este país)? Dividir a los obreros combativos del resto de los trabajadores y acallarlos, dividir a los obreros de los campesinos, a los universitarios y estudiantes más esclarecidos del resto de la sociedad y de sus compañeros, a los trabajadores urbanos de los indígenas-campesinos y a quienes creen poder utilizar la vía legal e incluso electoral para llegar a los gobiernos de los que, en cambio, esperan todo de su resistencia tras objetivos puntuales y locales o de la simple espontaneidad.” (Guillermo Almeyra, Las palabras y los hechos y ¿Qué quieren los poderosos?)
Y se pregunta: “¿Cómo superar los límites de una dirección que no es anticapitalista y dice querer una república amorosa –con los violadores y asesinos de Atenco o los jefes del narco, se supone? ¿Cómo sacar también de su aislamiento ciego a los indígenas zapatistas de Chiapas e incorporarlos a la lucha de un gran ejército que cambie México y reconozca sus derechos?” Y se responde: “Con la lucha común por objetivos comunes, discutiendo abierta y fraternalmente las diferencias y el camino a seguir… un acuerdo consciente entre millones de personas sobre un programa mínimo en el que, manteniendo sus organizaciones y más allá de sus diferencias, concuerdan en pelear juntas contra un enemigo común. Para forzar la mano de los caudillos y llevarlos por el camino del frente único no hay otra vía que razonar y exponer principios y grandes líneas de acción.”
Un debate legítimo y esencial
No se trata de una discusión bizantina y es necesario recordar responsabilidades y posturas políticas. Ya en el 2005/2006, el posicionamiento de Marcos, no sólo frente al movimiento lopezobradorista, sino también frente a los sindicatos dirigidos por el charrismo y luchas referenciadas con sectores no zapatistas, fue sujeto de discusión. Muchos recordamos que, en un contexto signado por luchas obreras como la de los trabajadores de Sicartsa (la cual fue salvajemente reprimida por el gobierno), el discurso zapatista se centraba en denunciar al charrismo –lo cual era un componente necesario de una política alternativa– pero negando cualquier unidad de acción que permitiese disputarle a aquel a las bases obreras. El ultimatismo era la forma de dirigirse a la base de los sindicatos atenazada por el control de la burocracia sindical, como cuando Marcos dijo, en el encuentro obrero realizado en el local de Uniroyal, en México DF, y en relación a la necesidad de la toma de los medios de producción, que “si ustedes no lo hacen, pues nos dicen si los esperamos para entregárselos cuando los tomemos nosotros”. Lo mismo podríamos decir de la actitud frente al movimiento antifraude o ante la lucha del magisterio de Oaxaca. Esto se expresó luego en que “la otra obrera” en lugar de impulsar bloques combativos al interior de las movilizaciones con una política alternativa que le permitiese pelear contra la influencia del charrismo, prefería hacer marchas paralelas, como por ejemplo los otro primero de mayo, aislándose de la base de los sindicatos. En términos generales la comandancia del EZLN ha sido renuente a toda unidad de acción con otros sectores obreros, populares y juveniles en lucha. Muchas veces justificado por la crítica a las direcciones sindicales y políticas, y otras argumentando el “respeto” a la autonomía de los movimientos de lucha, se ha aislado de otros procesos de la lucha de clases.
Sin embargo, proponer la necesaria unidad en la lucha y la movilización contra los explotadores, está en las antípodas de quienes pretenden imponer el apoyo al tabasqueño, la subordinación a la burocracia sindical “opositora” y propiciar la “unidad a toda costa”, que Marcos introduce en el debate y que en el movimiento obrero mexicano preparó y justificó décadas de pérdida de su independencia política, en particular desde la emergencia de la CROM liderada por Morones y de la CTM controlada por Vicente Lombardo Toledano. El surgimiento del movimiento encabezado por AMLO en el 2006 y más recientemente el proceso electoral y la lucha contra el regreso del PRI a Los Pinos, han hecho proliferar los discursos de que sólo es posible luchar contra el “capitalismo neoliberal” apoyando políticamente a López Obrador, o bien aquellos que, sin llegar a tanto, hablan de una vaga “unidad antineoliberal y popular” bajo un programa común, incluyendo en esto a la dirección lopezobradorista, como si los intereses de la misma y de los millones de explotados y oprimidos de México pudieran conciliarse en un ejercicio de “suma y resta” programática. Este fue el caso de muchos líderes sindicales opositores (como las cúpulas del SME y la UNT), que actúan como una correa de transmisión de esta política en el movimiento obrero, pero también de grupos que se reclaman socialistas como el PRT y las distintas facciones de Militante, y que olvidan que, si la unidad de los explotados y oprimidos es esencial, la unidad de los explotados con los representantes “antineoliberales” de la burguesía es, parafraseando una definición clásica en el marxismo, una suma cuyo resultado es igual a cero. Según parece, para quienes postulan esto, a la izquierda de AMLO no hay nada, y no hay posibilidad de levantar una política independiente, alternativa a la del tabasqueño, por lo que los socialistas estaríamos condenados a la disyuntiva maldita del testimonio o el pragmatismo; así, la debilidad de la izquierda en México se transforma en una excusa para no construir una alternativa política que luche por la independencia política de los trabajadores contra el capitalismo, y una forma de disfrazar la deriva oportunista. Sin embargo, el #YoSoy132 mostró –a pesar incluso de la acción de los operadores lopezobradoristas– algo elemental pero a la vez enorme: que era posible sostener una postura independiente de los distintos partidos patronales del Congreso, y que la unidad de acción –que los y las jóvenes del #YoSoy132 sostuvieron en múltiples ocasiones con maestros, colonos, campesinos y electricistas– nada tenía que ver con la subordinación política al programa y la candidatura de AMLO, ni con el alineamiento más o menos incondicional con la burocracia “opositora”.
Todo esto refiere, sin duda, a la forma en que se concibe la “unidad de acción” y lo que es un problema estratégico y fundamental para la transformación revolucionaria de la sociedad: la alianza de las clases explotadas y oprimidas y su relación con los representantes de la burguesía opositora. La unidad en la lucha y la movilización de los sectores oprimidos y explotados, es un requisito fundamental para soldar una poderosa alianza de clases, que fortalezca cada lucha particular, brinde un poderoso apoyo y solidaridad, y genere una gimnasia que quiebre las maniobras divisionistas de las clases dominantes. No hay que olvidar que el régimen posrevolucionario se basó, en gran medida, en la división entre obreros y campesinos. Es correcto en ese sentido el énfasis puesto por Almeyra en la unidad de los distintos sectores populares cuando discute contra el sectarismo que le critica a la dirección zapatista. Pero, si se quiere evitar la “unidad a toda costa” que alerta Marcos, esa alianza solo puede encontrar una perspectiva correcta –que le permita a los explotados y oprimidos resolver satisfactoriamente sus demandas y adoptar un curso revolucionario contra el régimen político y económico vigente–, a condición de la independencia más absoluta e irreconciliable de los líderes “progresistas” burgueses, cuyo programa y perspectiva se basa en no confrontar con el régimen capitalista. Por eso, reducir el combate contra “los limites” de la dirección lopezobradorista a la lucha común y la discusión de las diferencias existentes, como parece hacer Almeyra, resulta insuficiente. Levantar un programa común que agrupe las demandas y reivindicaciones de los distintos sectores y oriente las mismas en una perspectiva de lucha contra el régimen burgués, va de la mano con enfrentar la influencia del lopezobradorismo en el seno del movimiento obrero, popular y juvenil; desenmascarar que su programa se limita a cuestionar el neoliberalismo, pero al mantener las bases esenciales de la explotación capitalista, no puede más que chocar con toda reivindicación seria del movimiento obrero y popular. Esto, a la vez que se busca recuperar los sindicatos para la lucha, bregando contra el control de la burocracia sindical y apostando a que los mismos no solo expresen la democracia de las bases hoy sindicalizadas, sino a que sumen a sus filas a los millones de trabajadores precarizados sin derechos sindicales.
Esto es, no se trata de una crítica decimonónica y trasnochada, sino de alertar que el antineoliberalismo no solo no resuelve las demandas más profundas sino que representa un callejón sin salida para la movilización obrera y popular. Nos dirán que los millones que apoyan a López Obrador expresan el hartazgo y el descontento legitimo con el PRI y el PAN. Efectivamente, y es justamente por eso es urgente proponer, alentar y fortalecer una perspectiva anticapitalista, socialista, revolucionaria para que las luchas actuales y por venir no sufran nuevas frustraciones. De lo que hablamos entonces es de luchar por la hegemonía de la clase obrera, que dé una respuesta programática y política y sume a una verdadera alianza de clases revolucionaria a los sectores campesinos, indígenas, y a la juventud combativa. Pero para bregar por esa perspectiva hay que tener confianza en la fuerza de nuestro programa y de nuestra clase, y buscar los senderos y las tácticas para transformarlo en fuerza material.
En un siguiente post nos detendremos en la discusión en torno al poder político.
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