Actualidad y permanencia del legado de Trotsky en los límites de la Restauración burguesa
26 Sep 2011
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Setenta y un años se cumplen del artero asesinato de León Trotsky. El que fuera, junto a Lenin, el principal dirigente de la Revolución de Octubre y del estado obrero surgido de la misma; quien luego organizara y llevara a la victoria al Ejército Rojo, defendiendo a la URSS de la invasión de 14 ejércitos imperialistas; murió en México, el 21 de agosto de 1940, a manos de un esbirro estalinista.
Después del fallecimiento de Lenin, su rol fue fundamental en la lucha contra la burocratización del estado obrero y del partido bolchevique, así como en la organización de la Oposición de Izquierda rusa e internacional y la fundación de la IV Internacional en 1938, de la que escribió su programa, conocido hoy como el “Programa de Transición”.
Íntimamente vinculado a ello, su labor en el terreno teórico comprendió desde el estudio de las tendencias económicas del capitalismo imperialista y las causas de la burocratización y las perspectivas del estado obrero ruso, hasta el análisis de la emergencia del fascismo y de la dinámica de las relaciones interimperialistas que llevaron a la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, Trotsky estudió y teorizó sobre los principales procesos revolucionarios de su época, hasta la elaboración de importantes reflexiones sobre América Latina y, en particular, sobre el México cardenista que le brindó su último exilio. Esto, realizado con la pasión de quien dedicó su vida a la lucha por la emancipación de la humanidad de las cadenas de la sociedad de clases.
Como afirmó en su Testamento: “Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luche bajos las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.”
A Trotsky no sólo le tocó estar en la cresta de la ola revolucionaria de 1917 (que liquidó la dominación de la burguesía en Rusia y golpeó tormentosa los muros de la sociedad capitalista europea), sino también construir una alternativa revolucionaria en el momento más aciago de la pasada centuria, que Víctor Serge describiría como “la medianoche del siglo”, marcado por el ascenso del fascismo y la derrota de la revolución española, la Segunda Guerra Mundial y el reinado stalinista en la URSS. Por ello, Trotsky fue fundamental en la elaboración de la estrategia para la insurrección y la toma del poder en la época imperialista, y encarnó, en su pensamiento y en su labor práctica (cuyo punto más alto fue la fundación de la IV Internacional), la continuidad del marxismo revolucionario, permitiendo que el mismo se mantenga vivo a pesar del estalinismo, el cual bastardeó la teoría marxista y actuó como aparato contrarrevolucionario.
Han pasado más de siete décadas y mucho ha cambiado en el mundo. Sin embargo, luego de un largo periodo claramente desfavorable para el marxismo revolucionario, tienden a establecerse nuevas condiciones objetivas y subjetivas que reactualizan la necesidad de construir partidos revolucionarios, en la perspectiva de reconstruir el partido mundial de la revolución social.
Esto nos plantea la necesidad de reflexionar sobre las tareas y los problemas nacionales desde una perspectiva internacionalista; en particular, en torno a la elaboración teórica y estratégica de Trotsky y otros marxistas revolucionarios fundamentales del siglo XX, a fin de poder afrontar los nuevos acontecimientos convulsivos que empezamos a vivir a nivel internacional.
En los límites de la restauración burguesa
A inicios de 2011, importantes movilizaciones de masas en países del Magreb y el Cercano Oriente, señalaron la apertura de un proceso que desde la Fracción Trotskista definimos como una nueva “primavera de los pueblos”. Enfrentando a gobiernos dictatoriales que habían implementado los planes neoliberales durante las últimas décadas, lograron -en Egipto y Túnez- la caída de los mismos y mostraron la enorme potencialidad del movimiento de masas. Aunque los procesos revolucionarios egipcio y tunecino fueron contenidos -mientras que el de Libia está cruzado por la intervención imperialista y la reacción interna del gobierno de Kadafi-, esta “primavera” mostró, después de 30 años de ofensiva neoliberal, los primeros momentos del retorno de las masas a la arena de la lucha de clases.
Si en el 2008 estalló una crisis económica internacional, cuya continuidad se muestra en Europa y Estados Unidos con el endeudamiento masivo de los estados y duras consecuencias para el movimiento obrero y popular, las movilizaciones en el mundo árabe –precedidas por las importantes acciones durante el 2010 en Francia y Grecia- significaron una importante respuesta, desde el punto de vista del movimiento de masas, a los efectos de la crisis capitalista. Estos procesos mostraron que empezó a configurarse una nueva etapa, que se ha visto confirmada por las acciones que desde el mes de mayo llevaron adelante la juventud y los trabajadores en Grecia, España o Inglaterra.
Las décadas precedentes pueden bien ser definidas como una verdadera “restauración burguesa”: ofensiva sobre las conquistas del proletariado y los oprimidos que amplió el umbral de la explotación cotidiana, que incluyó el retorno al capitalismo de la mayoría de los estados obreros dirigidos por la burocracia y una reacción ideológica con nefastas consecuencias sobre la clase obrera, como fue el fuerte retroceso de la influencia del marxismo revolucionario, que cayó a los niveles más bajos de la historia.
Precisar las características de esta ofensiva neoliberal y sus efectos en la clase obrera es fundamental para alejarnos de una visión facilista de los procesos que iniciaron este 2011. La todavía insuficiente centralidad proletaria y de las ideas marxistas es expresión de ello. La recomposición de una subjetividad revolucionaria, que retome los puntos más avanzados de la experiencia del movimiento obrero del siglo XX, será un proceso complejo, del cual estamos viendo sus momentos iniciales con la participación de la clase obrera en Egipto, Grecia o Francia.
Por otro lado, para huir de toda percepción subjetivista que condene de antemano la potencialidad revolucionaria de la época que nos tocó vivir, es necesario comprender que la “mala salud” del capitalismo, aunado a la emergencia de nuevas acciones de masas, señalan los estertores del reinado neoliberal y la emergencia de un periodo donde lo que veremos será una tendencia a la confrontación, cada vez más aguda, entre revolución y contrarrevolución, así como nuevas experiencias y fenómenos en la clase trabajadora, de los que ya tuvimos sus primeros anuncios durante los años 2010 y 2011.
Aunque la historia nunca se repite, debemos prepararnos para procesos que guardarán -en sus trazos fundamentales- mayor cercanía con los ascensos revolucionarios y los golpes contrarrevolucionarios que viviera Trotsky en los años 30’.
Las heroicas luchas obreras y populares en Francia y Grecia; las rebeliones proletarias que sacudieron China y lograron traspasar el sólido muro desinformativo de la burocracia stalinista; las acciones valerosas de la vanguardia juvenil magrebí; así como el crecimiento de la extrema derecha en Francia y otros países de Europa (incluyendo el salvaje atentado neofascista en Noruega), son indicadores de que nos acercamos a nuevas y más agudas confrontaciones de clase.
En ese sentido, la recuperación del método, de los análisis y de las lecciones estratégicas con las que Trotsky y sus partidarios evaluaron los convulsivos años 30’ -comprendiendo la economía, las relaciones entre los estados y la lucha de clases-, resulta fundamental para avanzar en la tarea de los marxistas del siglo XXI: construir un marco estratégico en las condiciones de este nuevo periodo, que nos permita interpretar la dinámica de la situación internacional y la lucha de clases, así como dotarnos de un programa para poder empalmar con sectores avanzados de la clase obrera y construir fuertes organizaciones socialistas e internacionalistas.
El marxismo y el “espíritu de la época” neoliberal
Si la ofensiva capitalista impactó sobre las filas del proletariado y su subjetividad, también se expresó en el terreno de las organizaciones que se reclamaban marxistas. Es sugerente considerar que el periodo de ascenso capitalista, que va de la Comuna de París de 1871 a la revolución de 1905 en Rusia (primer destello fulgurante de la nueva época y del largo siglo XX), conllevó la emergencia de una corriente revisionista en las filas de la Segunda Internacional. Eduard Bernstein, quien fuera uno de sus principales referentes teóricos, convirtió ese periodo de expansión inusitada que respondía a condiciones excepcionales (esto es, la transición del capitalismo de libre competencia a su fase imperialista, combinado con el aplastamiento del primer ensayo de gobierno obrero en 1871), en una lectura evolucionista del capitalismo ascendente, que supuestamente llevaría a una transformación pacífica e indolora hacia el socialismo. Esta visión justificaba una orientación reformista que liquidaba toda estrategia basada en la insurrección y la toma del poder por los trabajadores para la liquidación de la dominación burguesa.
Posteriormente, si como respuesta al inicio de la época imperialista, de “crisis, guerras y revoluciones”, surgió el marxismo de la III Internacional, expresado por Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky y otros, luego la elaboración teórica y la acción política de Trotsky frente a la reacción estalinista, hay que decir que, en la restauración burguesa de las últimas décadas, la apariencia de un nuevo y eterno reinado capitalista suscitó no sólo la ofensiva ideológica proveniente de las usinas intelectuales neoliberales, sino también la revisión de los postulados fundamentales del marxismo por parte de distintas organizaciones marxistas y de sus intelectuales orgánicos. No faltaron quienes consideraron que el periodo reaccionario de las últimas décadas clausuraba la época de revoluciones proletarias y la hipótesis insurreccional, lo cual abrió el camino para el abandono de cuestiones fundamentales de la estrategia marxista (como la suplantación de la lucha por la dictadura del proletariado en pos de “gobiernos de transición anticapitalistas” que muestran que la discusión no es terminológica sino estratégica) y para proponer proyectos políticos “amplios” que liquidan la frontera entre reformistas y revolucionarios.
Sin duda, es una parte constitutiva del marxismo revisar constantemente la validez de nuestros análisis y postulados, actualizando los análisis en función de dar respuesta a los nuevos acontecimientos. Ese fue el método de los marxistas del siglo XX, que debieron dar respuesta a condiciones nuevas respecto a la época de Marx y Engels.
Sin embargo, creemos que eso debe hacerse en clave revolucionaria, buscando comprender los nuevos fenómenos de la realidad, con miras a enriquecer la estrategia para la toma del poder de la clase obrera. Supuestas aportaciones como las referidas previamente, lo que hicieron fue adaptar el marxismo al “espíritu de época” imperante durante la “restauración burguesa”; perdiendo la referencia de clase en su programa (expresada en la adaptación recurrente a direcciones posneoliberales no proletarias) y en una práctica cotidiana extraña a la construcción de fracciones revolucionarias en la clase obrera, lo cual se hacía eco de quienes renegaban de la centralidad obrera y la reemplazaban por los nuevos “movimientos sociales”.
De igual forma, el abandono de la lucha por la dictadura del proletariado y de la forma-partido proveniente de la tradición leninista, se hizo eco de quienes igualaban dictadura del proletariado con dictadura de la burocracia y establecían una continuidad entre bolchevismo y estalinismo, negando el significado trágico de la degeneración estalinista del viejo bolchevismo (1).
Recuperar y reconstruir el marxismo revolucionario
Si el “estado de salud” del capitalismo y las tendencias de la lucha de clases en los distintos momentos históricos tuvieron consecuencias sobre la evolución del marxismo y su capacidad para vincularse orgánicamente con la clase obrera, el nuevo periodo abierto a nivel internacional (signado hasta ahora por la crisis capitalista y las nuevas experiencias de lucha del movimiento de masas en el Magreb y en Europa), genera condiciones de oportunidad para la reconstrucción del marxismo revolucionario.
El lastre que se arrastra del periodo de “restauración burguesa” que ya hemos puntualizado, hace más imprescindible que nunca comprender las condiciones del nuevo periodo histórico, retomar lo más avanzado que ha dado la teoría marxista y extraer las conclusiones del periodo anterior, en una profunda vinculación con la inserción, en clave revolucionaria, en los fenómenos más avanzados de la clase obrera, que permita construir partidos revolucionarios, en la perspectiva de reconstruir la IV Internacional. Ese es el desafío más importante que los marxistas tenemos por delante, para transformar el programa y la estrategia en fuerza material (es decir organizaciones socialistas e internacionalistas) y prepararnos a jugar un rol determinante en los próximos procesos revolucionarios. Esto es, ser la pluma que incline la balanza de la historia y abra una perspectiva distinta, superadora, a la barbarie capitalista.
Notas:
1. Para profundizar la discusión, ver Albamonte Emilio y Maiello Matias, "En los límites de la restauración burguesa", en Estrategia Internacional 27.
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