Ante la militarización y el brutal asesinato de Gustavo Salgado

Profundizar la lucha contra el gobierno y la “democracia” bárbara

07 Feb 2015   |   comentários

Pablo Oprinari @POprinari// El carácter asesino de la “democracia” mexicana se muestra día a día en el accionar de las fuerzas armadas y los grupos paramilitares. A la desaparición de los 43 y las pruebas de la participación del Ejército, se suma ahora la tortura y el brutal asesinato de Gustavo Salgado, militante del Frente Popular Revolucionario en el estado de Morelos, hostigado y perseguido por el gobierno en los meses previos. Esto indica que, (...)

Ante la militarización y el brutal asesinato de Gustavo Salgado
Profundizar la lucha contra el gobierno y la “democracia” bárbara

Pablo Oprinari @POprinari

El carácter asesino de la “democracia” mexicana se muestra día a día en el accionar de las fuerzas armadas y los grupos paramilitares. A la desaparición de los 43 y las pruebas de la participación del Ejército, se suma ahora la tortura y el brutal asesinato de Gustavo Salgado, militante del Frente Popular Revolucionario en el estado de Morelos, hostigado y perseguido por el gobierno en los meses previos. Esto indica que, si el movimiento por Ayotzinapa no se extiende, el Estado y sus instituciones intentarán golpear duramente al movimiento obrero y popular.

Una lucha histórica

Las multitudinarias movilizaciones de octubre y noviembre, con el clamor espontáneo de ¡Fuera Peña Nieto! y ¡Fue el Estado! cambiaron el escenario político del país.

Nadie podía dudar de la enorme energía puesta en movimiento por jóvenes, trabajadores, sectores populares y clases medias que salieron a las calles. Eso puso en una crisis al gobierno de Peña Nieto, que con las reformas estructurales a medida de las trasnacionales, ocupaba hasta entonces el centro de los reflectores nacionales e internacionales.

Y no sólo se cuestionó el gobierno, también a los otros dos principales partidos, como el derechista PAN y el PRD, señalado por millones como parte de la colusión entre la clase política y el narcotráfico. El reinado de la llamada “narcopolítica” y su abominable resultado -la masacre de Iguala y la desaparición de los normalistas- despertó la indignación de cientos de miles y los empujó a históricas jornadas de movilización.

La incipiente pero significativa participación de sectores de trabajadores organizados, fue síntoma de que el movimiento comenzaba a impactar a la clase obrera y obligaba a algunas de sus direcciones tradicionales a participar de las convocatorias.

La preparación de una verdadera Huelga General Política era una necesidad para el movimiento en ascenso: desde hacía años que no se veían millones en las calles levantando demandas contra el gobierno asesino y el régimen político.

Cobraba un carácter imprescindible sumar al conjunto de la clase trabajadora, que encabezando al resto del pueblo, podría darle al movimiento la profundidad y la fuerza para golpear de lleno a las instituciones de la clase dominante.

Un momento decisivo

Como las y los lectores recordarán, desde el Movimiento de los Trabajadores Socialistas planteábamos esto y los expresamos en distintas propuestas que llevamos a los centros de trabajo, las asambleas estudiantiles y las mismas movilizaciones.

Sin embargo, la energía puesta en práctica no contó con una política a la altura de lograr la demanda de Fuera Peña. Aunque los partidos del Congreso no pudieron contener el descontento, las direcciones sindicales y políticas actuantes fueron adversarias -como tantas otras veces- de una estrategia para triunfar.
A pesar de eso, en diciembre y enero vimos importantes movilizaciones, como las que se hicieron en plena temporada navideña, o la reciente y masiva movilización del 26 de enero.

El descontento no ha cejado y los de arriba lo saben: cruza transversalmente a los trabajadores, la juventud, la comunidad artística, y continúa con fuerza en muchos estados de la república, como muestran las recientes movilizaciones en Michoacán, Oaxaca, Guerrero y Chiapas.

Surge en cada proceso de organización y movilización -como el de los estudiantes y trabajadores de la salud- y ante cada crimen social, como en la explosión del Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa. Hemos visto nuevas luchas, como la huelga de los trabajadores administrativos y manuales de la Universidad de Yucatán, entre otras.

Esto es una señal de que, más allá de los ritmos inmediatos de la movilización, la crisis abierta por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa no será cerrada fácilmente: para millones se ha corrido el velo de la supuesta “democracia” mexicana, y las ilusiones en la transición democrática se resquebrajan. Cada atropello contra los derechos más elementales, cada crimen perpetrado por las fuerzas militares y paramilitares, puede acrecentar la movilización.

Pero, mientras tanto, el gobierno y las instituciones aprovechan las debilidades del movimiento para prepararse y golpear; ponen a su favor el que las movilizaciones multitudinarias de octubre y noviembre no hayan abierto el camino para una huelga general ni unificado al conjunto del movimiento obrero y popular tras una perspectiva política.

Peña Nieto, mientras quiere convencer de su “verdad histórica” y dar carpetazo al caso Ayotzinapa, pretende echar tierra sobre los escándalos de corrupción, ordenando una “investigación” a cargo de la misma Secretaria de la Función Pública, una operación mediática que pocos pueden creer.

En Guerrero, después de los intentos infructuosos del gobierno de “convencer” a los padres de familia, estos junto a las organizaciones populares en lucha denuncian el aumento de la militarización y el hostigamiento para contener la inestabilidad.

El asesinato de Gustavo Salgado, se suma a los centenares de activistas y luchadores sociales asesinados en los últimos años, y pretende amedrentar y desmoralizar a los sectores en lucha. Mientras tanto, en el clima de descrédito existente, las elecciones, aunque falten varios meses, aparecen como un claro mecanismo por el que el régimen político intentará acallar y enfriar el descontento.

Este régimen no sólo es irreformable, descarga el terror social sobre los activistas y luchadores, y muestra que solo tiene para dar opresión y barbarie.

Profundizar y extender el movimiento

Ante eso, es crucial retomar el camino de la más amplia movilización. Todas las organizaciones obreras, populares, políticas y de derechos humanos, debemos repudiar en las calles el asesinato de Gustavo Salgado y la militarización en Guerrero, bajo el clamor de “Si tocan a uno, nos tocan a todos”, impulsando una Coordinadora Nacional contra la Represión, así como empezando a organizar la autodefensa contra las fuerzas represivas, las bandas paramilitares y de sicarios.

Bajo esta demanda, y tras la bandera de Aparición con vida de los 43, puede organizarse una nueva movilización que recorra todo México y un paro nacional por parte de los sindicatos que se reclaman opositores. Los distintos espacios de coordinación podrían llamar a un gran Encuentro Nacional para resolver un plan de acción y un programa unificado.

Como planteamos desde el MTS, se trata de preparar las condiciones para una huelga general política, que eche abajo al gobierno y a esta “democracia” asesina del PRI-PAN-PRD, imponiendo un gobierno provisional de la organizaciones en lucha que convoque a una Asamblea Constituyente Libre y Soberana.

En las calles de México, desde octubre comenzó a emerger una nueva generación de jóvenes, estudiantes y trabajadores, que quiere luchar contra este gobierno y su régimen de la alternancia. Es necesaria una política para acabar con la barbarie de los poderosos y sus representantes políticos.









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