Entre la crisis y la sumisión
Cumbre de las Américas
24 Apr 2009
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Del 17 al 19 de abril 33 jefes de Estado americanos, excluida Cuba, se reunieron en Puerto España (capital de Trinidad y Tobago) para recibir al presidente Obama en medio de grandes expectativas de que esta reunión abriría una “nueva etapa en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina”. Aunque en estos encuentros diplomáticos no suelen tomarse las decisiones cruciales, a su modo permiten analizar el rumbo que toman las relaciones interestatales, en este caso, las relaciones entre la principal potencia imperialista y las semicolonias latinoamericanas. Por otra parte, el hecho de que Obama fuera a plantear los lineamientos de su política hemisférica y la importancia que cobró el tema Cuba antes y durante la misma, le dieron mayor relevancia. Sin embargo, a pesar de las congratulaciones mutuas de todos los presentes, los resultados de la Cumbre no auguran nada bueno para los trabajadores y pueblos de la región. En primer lugar, el clima de “cordialidad y optimismo” de la Cumbre no puede ocultar que se da en un contexto internacional de pesadilla, marcado por la extensión y profundidad de una crisis económica mundial de dimensiones históricas; y por la declinación de la hegemonía imperialista de EE.UU., agravada por la crisis económica que acrecienta las contradicciones interestatales y hace cada vez más difícil la gestión de los asuntos mundiales por Washington. Ambos procesos están teniendo un enorme impacto desestabilizador en América Latina, donde la recesión económica ya ha comenzado (aunque con retraso y por ahora menos violentamente que en los centros del capitalismo avanzado), y el debilitamiento económico y político de EE.UU. acarrea incertidumbre y turbulencias adicionales, dado el alto grado de dependencia latinoamericana del dólar, el mercado y los capitales yanquis. Todo ello explica la ansiedad de los distintos gobiernos por escuchar qué plantearía Obama en lo político y económico, expresarle pedidos e inquietudes y distender las relaciones.
El “buen vecino” Obama y la agenda imperialista para América Latina
“Estoy aquí para lanzar un nuevo capítulo”, dijo Obama en la sesión inaugural1. Como parte de su política de “lavar la cara” al imperialismo norteamericano, Obama se presentó a sí mismo como “un socio más” (an equal partner): “Mostramos que no hay ni grandes ni pequeños socios en América, sólo somos compañeros, comprometidos en avanzar en una agenda común con retos comunes”. Este viraje a una política de “buen vecino”, contrasta con el “unilateralismo” impositivo de la era Bush, que llevó a una serie de fracasos económicos (ALCA), políticos (caída de sus más fieles agentes regionales o la negativa latinoamericana a alinearse en la guerra de Irak) y diplomáticos (como el mal trago de la IV Cumbre en Mar del Plata), que reflejaron los cambios en el cuadro general de fuerzas regionales con que debe lidiar EE.UU., luego de una década de grandes procesos de masas, agudas crisis políticas y desarrollo de fenómenos políticos nacionalistas como el chavismo.
Obama busca compensar la pérdida de autoridad norteamericana al sur del Río Grande, mejorar la imagen de EE.UU., restablecer las relaciones con los gobiernos del área y distender las situaciones más conflictivas, como con Cuba, Venezuela y Bolivia, con el objetivo de recomponer la capacidad norteamericana de ejercer hegemonía sobre la región en su conjunto.
Este es un problema estratégico para Washington (aunque América Latina juega un papel bastante secundario en las prioridades de su política exterior). Necesita recuperar control sobre la región de la periferia que históricamente consideró su “patio trasero” para enfrentar en mejores condiciones los desafíos a la hegemonía global estadounidense, como la rivalidad con los principales imperialismos europeos y Japón, así como China y Rusia, que han aumentado su presencia económica y lazos políticos en América Latina en el período reciente.
Se trata de perseguir el mismo “interés nacional” norteamericano básico por otros medios. La “lucha contra el narcotráfico”, la “seguridad hemisférica”, la “seguridad energética” y el impulso a los biocombustibles y otros temas seguirán en la agenda latinoamericana de EE.UU. bajo Obama.
La permanencia de altos funcionarios de Bush como Thomas Shannon al frente de los asuntos hemisféricos o la designación del Gral. (R) James Jones, amigo personal del republicano John McCain como Secretario Nacional de Seguridad, ambos presentes en la Cumbre, ilustran el grado de continuidad.
Lo nuevo en la orientación de Obama es entonces dejar atrás el fracasado “unilateralismo” y cambiar el tono y estilo en la diplomacia, en un curso dialoguista (lo que no significa que EE.UU. acepte rediscutir las decisiones y políticas fundamentales), apoyándose en “socios privilegiados” a nivel regional y apoyándose más en mecanismos multilaterales para lograr consensos.
El tema Cuba y el giro de Washington
“La política que hemos mantenido durante 50 años no ha funcionado de la manera que esperábamos. El pueblo cubano no es libre”(2) declaró Obama contestando a la disposición de los presidentes latinoamericanos de terminar con el bloqueo. La polémica sobre la reincorporación de Cuba antecedió la reunión y fue una de sus claves.
Obama también manifestó “Creo que podemos mover las relaciones entre los EE.UU. y Cuba en una nueva dirección”. Ya antes de la Cumbre, su Secretaria de Estado, Hillary Clinton, había elogiado la “apertura de Raúl Castro al diálogo”, quien había dicho estar dispuesto “a discutir todos los temas con EE.UU., derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos”. Miguel Insulza, Secretario General de la OEA, anticipó que propondría derogar las sanciones de 1962 contra Cuba (3) . Lula ya promovió la integración de Cuba al Grupo de Río y otros escenarios.
Al respecto, un artículo publicado en Clarín decía: “La normalización de
la situación cubana (…) simboliza la parte que le toca a la región de los cambios planetarios y el primer paso de una nueva geopolítica hemisférica (…) por primera vez en medio siglo, Washington retrocede sobre una histórica disciplina anticastrista y se encamina a colocar (sumar) a Cuba bajo la misma luz en la que mantiene sus relaciones con otras experiencias comunistas como China o Vietnam”(4).
Obama hace un gesto como el volver a autorizar viajes y remesas de familiares de cubanos a la Isla, y sus declaraciones posteriores, pero no ha movido nada del criminal bloqueo y plantea condiciones como el reclamo de “liberación de presos políticos” y “señales de apertura”. La nueva administración demócrata está abandonando la política de imponer la caída directa del régimen castrista, como bajo los republicanos, y girando hacia una vía más gradual como la única realista para lograr la destrucción de las conquistas remanentes de la revolución y consumar hasta el final la restauración capitalista y su semicolonización.
De hecho, la Cumbre muestra que se está tanteando el terreno para ensayar cambios y es posible que se abra un proceso de negociaciones.
Rediscutiendo el “sistema interamericano”
El debate sobre Cuba está en relación con un problema más general: el rediseño de las relaciones de subordinación semicolonial al imperialismo, pues hace largos años que se arrastra una crisis del orden semicolonial regional, ahondada por los fracasos de Bush. EE.UU. ya no puede impone sus decisiones sin más, como en los viejos tiempos. Todos buscan una nueva relación que sin implicar el alineamiento automático con EE.UU., permita administrar las crisis y problemas regionales y mantener la “gobernabilidad” ante los vientos de tormenta que ya se hacen sentir sobre el continente.
Un analista llama la atención sobre que: “Lo más importante y menos discutido de esta cumbre son las profundas divergencias políticas que hoy separan a los Gobiernos latinoamericanos”5. En efecto, la dispersión oscila entre posiciones que van del mayor alineamiento con EE.UU. y las políticas económicas neoliberales (México, Colombia o Chile), al polo de corte nacionalista (Venezuela o Bolivia), además de fricciones y conflictos bilaterales de distinto orden (6).
La llegada de la recesión comienza a desestabilizar todas las relaciones sociales y políticas y aumenta la posibilidad de nuevas crisis políticas –como muestra México–, todos buscan preservar la “estabilidad regional” actualizando y legitimando mecanismos de gestión, contención o aún intervención internacional.
Obama identifica como socio privilegiado en la difícil empresa de recomponer el orden regional a Brasil (por su importancia económica y su peso regional).
También ubica como aliados preferenciales a México (por su contigüidad geográfica y como socio en el NAFTA) y Colombia (país estratégicamente importante y firme aliado de Washington), mientras que quedaría relegada Argentina.
Obama y Lula prepararon la Cumbre en consulta permanente y el rol de la diplomacia de Itamaratí fue clave en el tema Cuba, además, de gestionar el acercamiento entre Obama y Chávez (7), y aún interceder por Argentina.
De esta forma, en la Cumbre Brasil logró mayor reconocimiento norteamericano a su papel como “interlocutor privilegiado” y “líder regional”, apoyándose en una estrategia activa para aglutinar a Sudamérica en torno a sus iniciativas económicas, políticas y de seguridad, tarea difícil dados los propios problemas de Brasil y las fricciones que esta proyección despierta entre sus vecinos, como Venezuela, Argentina o Ecuador.
La distensión con Venezuela y Bolivia
“Preparamos la artillería que llevamos a la cumbre”, había dicho Chávez ante el encuentro del ALBA, que rechazó por anticipado la declaración de Puerto España por no hablar de la crisis económica global y excluir a Cuba. Sin embargo, desembarcó en la Cumbre con un efusivo saludo a Obama, regalándole Las venas abiertas de América Latina (como si su lectura fuera a cambiar al estadista a cargo de la administración imperialista), mantuvo la mayor moderación en todas las reuniones y finalizó nombrando nuevo embajador en Washington.
El gesto fue bienvenido por Obama, quien además, ante un pedido de Evo Morales, declaró: “Quiero ser muy claro: me opongo absolutamente y condeno cualquier intento de derrocar violentamente un gobierno democráticamente electo, pase donde pase en el hemisferio. Esa no es la política de nuestro gobierno (…)”(8)
De esta forma, el clima dialoguista alcanzó también a Venezuela y
Bolivia, dos países con los que la tensión había llegado a la suspensión de relaciones diplomáticas con Washington.
Chávez presenta esto como “un triunfo de la revolución” pero lo cierto es que la búsqueda de un acercamiento a EE.UU. refleja su curso cada vez más “moderado” y mina el terreno bajo su posicionamiento como líder de una “alternativa bolivariana”, pues en ausencia de verdaderos actos antiimperialistas y bajando los decibeles de su retórica antinorteamericana, puede comenzar a debilitarse a ojos latinoamericanos, al mismo tiempo que el fortalecimiento de Brasil quita espacio para sus aspiraciones “geopolíticas” regionales.
Es que el vendaval de la crisis obliga a todos a replantearse las relaciones con EE.UU., incluso a las dependientes Venezuela o Bolivia. Esta dinámica apunta a desnudar la inconsistencia de un “bolivarianismo” que no rompe con el imperialismo ni las clases dominantes locales.
La crisis económica y los pedidos latinoamericanos
No le faltó razón a Obama al decir que “aun los más vociferantes críticos de los Estados Unidos desean estar seguros de que la economía estadounidense está trabajando y creciendo nuevamente, en ese sentido, la gente está apoyando el éxito de América”9. Todos esperaban alguna señal de que EE.UU. saldría pronto de sus dificultades y podría ayudar a los países de la región que ya comienzan a sumergirse en la recesión.
Según datos de CEPAL, el PBI regional caería un 0,6% este año. Brasil perdería 1% y México 2% de su PBI. Argentina está ingresando en recesión. Los índices de exportaciones, actividad industrial, etc., caen en un país tras otro. El ingreso de capital externo a la región bajaría 80% respecto a 2008 y hay indicios de fuga de capitales en distintos países del área. Las medidas proteccionistas, las fuertes devaluaciones, los intentos de aliviar la dependencia frente al dólar mediante “swaps” (Brasil-Argentina, Argentina-China, etc.) y los “paquetes de estímulo” (que suman un 2% del PBI en Chile, México y Brasil, 1% en Bolivia, Venezuela y Argentina) se están mostrando impotentes para evitar la profundización de la crisis (10)
En este marco, el presidente de México, Felipe Calderón, solicitó un “Plan Marshall” para América Latina por 100.000 millones de dólares. Otros esperaban que se incluyera a la región en los planes de “salvataje” discutidos en el G-20. Lula quiere seguridades de que EE.UU. no caerá en el “proteccionismo”. Uribe y Alan Gracía esperan la ratificación de los TLC por el Congreso norteamericano y Tabaré Vázquez de acuerdos comerciales y preferencias.
Obama no se comprometió a nada. Más allá de las frases optimistas, sólo anunció un fondo de 100 millones de dólares para microempresas. “Poco menos que una limosna cuya entidad no llega siquiera a ser equivalente al fondo de ayuda a Pymes creada por los cuatro socios del Mercosur”(11)
Pero lo que sí quedó claro y todos aceptaron es el retorno del FMI y otras instituciones multilaterales (como el BID) cuya misión es disciplinar a las políticas económicas de los gobiernos semicoloniales según los intereses del capital financiero internacional. El que Brasil obtenga unos votos más en el Fondo por haber aportado 4.500 millones de dólares no altera ese rol. A cambio de que el imperialismo “les tire una soga” ante los “cuellos de botella” financieros que se aproximan en varios países, los gobiernos se preparan a aceptar condiciones antinacionales.
Después de la Cumbre
Manuel Zelaya, presidente de Honduras, dijo que “América Latina ha salido con su dignidad en alto y Estados Unidos también”, es decir, los gobiernos latinoamericanos pudieron mostrarse sin arrodillarse ante EE.UU., pero al mismo tiempo salvaron a Obama de un fiasco político y le permitieron volver a Washington aplaudido y celebrado. Sin embargo se mantuvo el disenso en temas fundamentales por lo que no se firmó la declaración “para no entorpecer el buen clima del encuentro y los avances sobre Cuba (…) Para Obama, (…) sencillamente, nadie quiso hacerse cargo de arruinar la fiesta con debates pesados respecto de las diferencias”12.
Aunque Chávez le haya dado un crédito ante las masas latinoamericanas al afirmar “Obama lo ha dicho, lo ha prometido, hay que creerle a Obama, hay que jugar con la buena fe por delante”, lo cierto es que el gobernante demócrata ha mostrado tener bien poco que ofrecer a América Latina y sí muchas exigencias que formular en el terreno económico y político.
Sin embargo, Chávez, Evo Morales y otros no vieron necesario denunciar el Plan Colombia; la agobiante deuda externa, la ocupación de Haití por cuenta del imperialismo, y tantos otros temas que muestran que la sumisión latinoamericana a los intereses fundamentales de EE.UU. y el imperialismo no ha sido cuestionada en esta Cumbre. Hace unos meses un analista escribía: “El resto del mundo muchas veces se mostró disconforme con George W. Bush (…) Obama probablemente sea más diplomático que su antecesor, pero quizá también sea más exigente”13. Esta advertencia dirigida a las grandes potencias parece aún más válida para la semicolonial América Latina.
Ante una crisis de dimensiones históricas como la actual, es más que difícil que EE.UU., renuncie a defender los intereses vitales de sus transnacionales en la región y acepte, sin más perder todo control económico, político y militar sobre América Latina. Por el contrario, hay que esperar que a la larga busque ejercer la mayor presión y agresividad a la hora de imponer el reparto de los costos de la crisis sobre los pueblos de la región.
Fuera el imperialismo de América Latina
Por tanto, nada bueno puede venir de esta aplaudida “nueva era de relacionamiento entre EE.UU. y América Latina” para los trabajadores y pueblos de la región, que enfrentan la perspectiva de un salto en la crisis, en los ataques capitalistas y el saqueo imperialista.
A la política de entendimiento con Washington de progresistas y nacionalistas hay que oponer el programa de ruptura con el imperialismo, buscando la unidad en la lucha de los trabajadores y campesinos de toda América Latina, bajo la consigna de que la crisis la paguen los capitalistas, los terratenientes y el imperialismo, lo que pone sobre la mesa, en el marco de la crisis “global” las tareas de la liberación social y nacional. En esta lucha, un aliado fundamental será el proletariado y las minorías oprimidas de EE.UU., donde el fuerte contingente de trabajadores inmigrantes latinos constituye un “puente natural” para buscar la alianza del proletariado continental.
No son las burguesías nacionales ni las fuerzas nacionalistas y reformistas ligadas a éstas las que podrán consumarla. Es preciso que la clase obrera tome en sus propias manos la lucha continental contra el imperialismo.
La única forma de consumar la necesaria unidad económica y política de la región es construyendo por vía revolucionaria una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.
1 BBC World, 18/04/09.
2 Washington Post, 20/04/09.
3 O Estado de Sao Paulo, 18/04/09.
4 Marcelo Cantelmi. “Estados Unidos y América Latina: un giro de gran
proporción”. Clarín, 17/04/09.
5 Moisés Naim, “La cumbre del calipso”. El País, 19/04/09.
6 Como entre Colombia y Ecuador y Venezuela; entre Perú y Bolivia; etc.
7 Lula le habría dicho a Chávez “creo que es hora de que tomes la
iniciativa y converses con Obama. Si tu divergencia era con el ex presidente George Bush y no con Estados Unidos, éste es el momento”.
8 La Jornada, México, 20/04/09.
9 Washington Post, 19/04/09.
10 CEPAL, distintos documentos recientes en www.eclac.org
11 Eleonora Grossman, en Clarín, 20/04/09.
12 Elenora Grossman en Clarín, 20/04/09.
13 Richard N. Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores.
Artículo publicado en el semanario Confidencial de Nicaragua
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