La movida de Obama en Cuba, en el tablero geopolítico mundial
20 Dec 2014
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Juan Chingo
París | @JuanChingoFT
En solo dos días, Estados Unidos ha golpeado duro. El martes el rublo ruso tuvo una caída extraordinaria en el marco de la escalada de la crisis económica que afecta a Rusia y que está poniendo a Vladimir Putin en su momento más difícil desde que asumió. Ese mismo día, la Casa Blanca anunció que el presidente estadounidense, Barack Obama firmará la “Ukraine Freedom Support Act” de 2014, que aprobó el Congreso durante el fin de semana. El proyecto de ley establece las bases para posibles sanciones adicionales a Rusia e incluye disposiciones para el apoyo militar a Ucrania en los días siguientes. Más allá de los poderes específicos que se le otorgan a Obama y los efectos limitados que tendría sobre la economía rusa, la legislación tiene significación más allá de su alcance real ya que los Estados Unidos deciden moverse en este proyecto de ley el mismo día en que Rusia tuvo su peor jornada financiera en años. El mensaje es nítido: podemos poner a Putin en el abismo y empujarlo si deseamos.
El miércoles Estados Unidos reanuda relaciones diplomáticas con Cuba. Esta vez, con una aparente finta a izquierda que ha sembrado increíblemente la euforia y la confusión en la mayoría de la izquierda latinoamericana, en especial en varios de los gobiernos llamados progresistas. El resultado real del movimiento es que deja ya asilado a Venezuela. Como es sabido, Cuba y Venezuela, según la sección de asuntos hemisféricos del Departamento de Estado son tratados como unidad. Esta es una jugada claramente divisoria que consolida y concentra un frente contra la Venezuela postchavista, ya asediada fuertemente por la crisis económica.
Ambos movimientos que buscan crear o alentar fuerzas internas pro imperialistas en estos dos países, a nivel geopolítico es una acción estratégica que busca debilitar, si es posible realizar un cambio de régimen, a dos de los centros neurales del bloque de países emergentes: Venezuela y Rusia, y en este último caso un tiro por elevación a China, que se vienen acercando a Moscú en el último tiempo, y que va a pensar dos veces todo avance si ve que el estado ruso puede descomponerse.
Venezuela, fue en la época de Chávez la variante más de “izquierda” de los populismos latinoamericanos, que se expresó en una cierta redistribución de la renta petrolera aprovechando la suba del precio del petróleo y, que en el plano externo, tuvo una política relativamente independiente de los dictados de Washington, como se expresó en los casos de la oposición al ALCA, creación del ALBA, entrega de petróleo a Cuba, relación estrecha con Irán, alineamiento con China y Rusia, etc. Aunque el gobierno de Maduro viene girando a la derecha, Estados Unidos no renuncia a establecer sus agentes directos en Caracas. Rusia, por su parte, detrás del bonapartismo abiertamente reaccionario y gran ruso de Putin buscó, por derecha, reconstruir el estado ruso destruido después de la restauración capitalista de 1990, y fundamentalmente la zona de influencia rusa, lo que choca con la política norteamericana que quiere una subordinación total y la destrucción de toda posibilidad de resurgencia de esta antigua ex potencia, privándola, de ser posible, de su arsenal nuclear. En conclusión, es un movimiento estratégico que busca debilitar a los llamados BRICs y reducir los márgenes de autonomía que gozaron estos estados en las últimas décadas.
Es importante notar, que aunque los Estados Unidos están en decadencia, no podemos ignorar su capacidad de maniobra para enlentecer al menos la misma. En especial, la nueva fase de la crisis mundial que tiene su epicentro en los países emergentes le da a EEUU un margen de maniobra mayor que hace seis años en el medio de la caída del Lehman para horadar el nuevo peso adquirido por estos países en el sistema internacional.
Recordemos que este ya fue el caso en el pasado, frente al protagonismo que había adquirido la OPEC y varios populismos latinoamericanos como Carlos Andrés Pérez en la misma Venezuela, en la primera fase de la crisis capitalista de la década de 1970. En esa década, la OPEP adquirió relevancia internacional, a medida que los países miembros tomaban el control del sector petrolero y adquirían voz y voto a la hora de fijar los precios del crudo del petróleo en el mercado mundial. La crisis mundial de 1982, la recesión más fuerte a nivel mundial desde la Segunda Guerra Mundial hasta ese entonces, que estuvo acompañada de la crisis de la deuda latinoamericana, producto de la brutal suba de las tasas de interés por la Reserva Federal norteamericana para frenar la inflación, hundió a varios países latinoamericanos y liquidó el peso de la OPEC, restableciendo la agenda económica y los objeticos del capital transnacional norteamericano, que retomó la ofensiva a nivel internacional. Ofensiva que llevaría a una dura penetración imperialista y a la destrucción de los tejidos productivos ligados a la sustitución de importaciones o a la agricultura de subsistencia de numerosos países semicoloniales en América Latina, África y Asia, redoblando la opresión imperialista sobre los mismos.
En este marco, los trabajadores de esos países van a tener que luchar en los próximos meses y años no solo para defender las pequeñas conquistas obtenidas por sectores de los mismos, después de la debacle neoliberal, sino que junto con esto deben postularse como caudillos de la nación para frenar las fuertes presiones que se acumulan para imponer una vuelta de tuerca en la semicolonización. No podemos dejar esta tarea en manos de los Maduro y la boliburguesía que viven de las prebendas de un estado hoy en bancarrota o en los Putin y los oligarcas rusos que invierten más en la City de Londres que en la propia Rusia.
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