México: el movimiento estudiantil después de Ayotzinapa
17 Sep 2015
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La historia no se puede entender de forma estática ni lineal. En distintas épocas encontramos siempre ascensos y descensos, flujos y reflujos en los procesos sociales y en los movimientos políticos. Estos procesos, que irrumpen de manera espontánea, tienen diferentes posibilidades de desarrollo de acuerdo al programa y dirección que adoptan, que puede llevarlos a la radicalización de sus demandas, la unidad entre sectores y la conquista de sus reivindicaciones o al desvió de su lucha.
Cuando los movimientos son derrotados y no existen lecciones emergidas de la derrota, suele haber retroceso en las posibilidades de grandes luchas, pareciera que la apatía y el desinterés se adueñan de las conciencias. Sin embargo, la propia realidad y los golpes apremian y las pequeñas luchas van forjando un nuevo despertar. El movimiento estudiantil no es la excepción a este fenómeno.
Para comprender los fenómenos políticos y sociales hay que tomar en cuenta factores internos y externos a un país, el momento que atraviesa la economía y por supuesto el nivel de desarrollo de las organizaciones políticas de izquierda preparadas para intervenir en las luchas. En el caso del movimiento estudiantil, para entender el enorme proceso surgido a partir de Ayotzinapa, hay que tomar en cuenta que el estudiantado mexicano había vivido procesos importantes de lucha, tenía cierta experiencia acumulada desde el movimiento YoSoy132 y los paros en solidaridad con el magisterio en 2013, que había sido el despertar político de una generación y que permitieron avanzar en lecciones para la lucha.
El movimiento por la aparición con vida de los 43 normalistas levanto importantes consignas como la lucha contra la represión a la juventud y a los movimientos sociales que es la forma en la que se “estrena” Peña Nieto desde el día en que toma posesión y en las asambleas y debates se posicionó en repetidas ocasiones contra las Reformas Estructurales, es decir, no se levantó por demandas gremiales-estudiantiles (como la gran huelga de la UNAM del 99 que luchaba contra la privatización de la educación), sino por demandas políticas. Además, avanzó a través de la consigna de ¡Fue el Estado! en cuestionar al régimen político y sus instituciones.
El enorme descontento con el gobierno federal y las políticas económicas que este ha llevado adelante se expresa cotidianamente en redes sociales, debates en clase o pláticas de pasillo. Pero no solo eso, sino procesos de movilizaciones que continúan no solo en México sino a nivel internacional que impactan entre la juventud mexicana producto del acceso que se tiene a través del internet y que han denunciado elementos de distintos gobiernos capitalistas. Si bien, las movilizaciones de Brasil y Chile, por ejemplo, no tienen un contenido político radical son factores a considerar para entender la dinámica de la movilización internacional y su influencia en la juventud nacional.
¿El movimiento ya acabó?
Como en cualquier proceso que vive grandes momentos de organización y lucha, ahora hay claramente un retroceso en la dinámica del movimiento estudiantil respecto al año pasado. Esto ocurre fundamentalmente en función de importantes errores en la dirección del movimiento, tanto a nivel general como por parte de colectivos y organizaciones estudiantiles (con las que desde el Movimiento de los Trabajadores Socialistas, MTS, debatimos en repetidas ocasiones) que apuestan a hacer acciones dislocadas y se aíslan del enorme fenómeno democrático de masas que acompañó al movimiento en un inicio en lugar de fortalecer los organismos de autoorganización (asambleas).
Para extender el movimiento surgido por Ayotzinapa, la juventud del MTS luchaba por extender los procesos organizativos propios a través de las asambleas, rescatamos lo progresivo que fue la organización de paros escalonados en cientos de escuelas, que retomando los métodos de la clase obrera se sumaban a la lucha. Pero también apuntábamos que el estudiantado no podía vencer solo, era necesario sumar a otras luchas, a amplios sectores democráticos y al movimiento obrero -que podía ejercer una presión real sobre los engranajes que mantienen en pie este sistema- apuntando a la necesidad de poner en pie un paro nacional que avanzara hacia una huelga general política. Solo así el jaque al régimen podía llevarse hasta el final.
El movimiento por Ayotzinapa desnudó el carácter reaccionario del PRI, PAN y PRD -que hasta entonces se había mantenido como la pata izquierda del régimen- pero también evidenció que no existe en los partidos del régimen -aun en su cara más progresista, como el MORENA- ninguna dirección que se apueste a encabeza la movilización e ir hasta el final para derrotar al régimen político, que defiende los intereses de los grandes capitales que son contrarios a las reivindicaciones de trabajadores, jóvenes, mujeres y demás sectores populares.
La lucha por las demandas más sentidas de la población -incluyendo el cese a la represión y contra el imperialismo- no podían ser garantizadas por ningún partido del régimen. Por ello levantábamos la necesidad de poner en pie una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, con representantes por cada 50 mil habitantes que elegidos de forma democrática pudiera levantar nuestras reivindicaciones. Pero esto era imposible sin la masificación de la lucha y su imposición a través de la huelga política general lo que implicaba ligarse al movimiento obrero, iniciando por los sindicatos que se reclaman democráticos.
Estos elementos no se lograron desarrollar. Esta debilidad se acompaña ahora con el hecho de que los miles de estudiantes que se movilizaron y participaron en foros de debate, asambleas o brigadeos tienen diversas ocupaciones cotidianas que les insumen buena parte del día y, aunque a muchos de ellos les interesa seguir participando, el propio ambiente de “paz” que se logra imponer (sobre todo luego de periodos vacacionales), provoca que la efervescencia disminuya.
Por momentos pareciera que todo vuelve a la normalidad, incluso algunos estudiantes pueden sacar conclusiones apresuradas como que “no se logró nada”. Si esto pasa, el movimiento se reduce a pequeños núcleos de compañeros que buscan mantenerse organizados y comienzan a pensar actividades o acciones (algunas veces acertadas y otras no) para “continuar la lucha”.
Sin embargo, lo que es una realidad es que de un proceso tan grande como Ayotzinapa y en el marco del descontento que comentábamos antes, no se regresa a cero. En la actualidad existen en diversas facultades y escuelas decenas de nuevos colectivos y las organizaciones revolucionarias se han fortalecido numéricamente (si bien siguen siendo muy pequeñas en relación a la matrícula en las escuelas), además existen diversas iniciativas de organización como asambleas por carrera o círculos de estudios que se mantienen y proponen.
De la misma forma las ideas marxistas críticas de la modernidad capitalista vuelven a ser estudiadas y diversos profesores las retoman y las contrastan con la situación política y económica actual. Es así cómo podemos entender, por ejemplo, el que un seminario como el de “Lenin y Trotsky recargados” que se imparte por primera vez en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales se haya llenado de estudiantes ávidos de ideas revolucionarias. El movimiento acaba, pero no acaba es dialéctico.
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