Estrategia

Ante la tumba recién cavada de Kote Tsintsadze

11 Aug 2011   |   comentários

Se necesitaron circunstancias verdaderamente extraordinarias, como el zarismo, la clandestinidad, la cárcel y la deportación, muchos años de lucha contra los mencheviques y, sobre todo, la experiencia de tres revoluciones para forjar combatientes de la talla de Kote Tsintsadze. Su vida estuvo ligada por entero a la historia del movimiento revolucionario durante más de un cuarto de siglo. Participó en todas las etapas de la insurrección proletaria, desde los primeros círculos de propaganda hasta las barricadas y la conquista del poder. Realizó la pesada tarea de la organización clandestina y cada vez que los revolucionarios caían en las redes de la policía se dedicaba a liberarlos. Luego encabezó la comisión especial de la Cheka en el Cáucaso, el centro mismo del poder durante el período más heroico de la dictadura proletaria.

Cuando la reacción contra Octubre provocó cambios en la composición y el carácter del aparato del partido y su política, Kote Tsintsadze fue uno de los primeros que comenzó a combatir estas nuevas tendencias hostiles al espíritu del bolchevismo. El primer conflicto estalló estando Lenin enfermo. Stalin y Orjonikije, con ayuda de Dzershinski, habían dado el golpe en Georgia, donde reemplazaron al núcleo de bolcheviques de la vieja guardia por funcionarios arribistas como Eliava, Orajelashvili y otros de la misma calaña. Precisamente ante esta cuestión, Lenin se preparó para dar la batalla implacable contra la fracción de Stalin y el aparato en el XII Congreso del partido. El 6 de marzo de 1923, Lenin escribió al grupo georgiano de la vieja guardia, uno de cuyos fundadores era Kote Tsintsadze: “sigo el caso de ustedes con todo mi corazón. Estoy indignado por la rudeza de Orjonikije y la complicidad de Stalin y Dzershinski. Estoy preparando para ustedes algunas notas y un discurso”.

Todos conocen el curso posterior de los acontecimientos. La fracción stalinista aplastó a la fracción leninista en el Cáucaso. Esta fue la primera victoria de la reacción en el partido e inició el segundo capítulo de la revolución.

Tsintsadze, enfermo de tuberculosis, con varias décadas de militancia revolucionaria sobre sus espaldas y perseguido a cada paso por el aparato, no abandonó su puesto de lucha ni por un sólo instante. En 1928 fue deportado a Bajchi-Sarai, donde el viento y el polvo realizaron su obra funesta con lo que quedaba de sus pulmones. Transferido a Alushta, el invierno helado y lluvioso completó la destrucción.
Algunos amigos trataron de gestionar su internación en el Sanatorio Gulripsch de Sujumi, donde en varias ocasiones anteriores se le pudo salvar la vida, durante ataques sumamente críticos de su enfermedad. Orjonikije “prometió”, desde luego; Orjonikije “promete” muchas cosas a todo el mundo. Pero su espíritu cobarde -lo grosero no quita lo cobarde- hizo siempre de él un instrumento ciego en manos de Stalin. Mientras Tsintsadze combatía literalmente a la muerte, Stalin frustró todos los intentos de salvar al viejo militante. ¿Enviarlo a Gulripsch en la costa del Mar Negro? ¿Y si lo salvan? Podría establecer la comunicación entre Batum y Constantinopla. ¡No, imposible!

Al morir Tsintsadze, desaparece una de las figuras más atractivas del viejo bolchevismo. Este combatiente, que más de una vez arriesgó la vida y sabía muy bien cómo castigar al enemigo, era un hombre de dulzura excepcional en su trato personal. En este terrorista templado, el sarcasmo bonachón y el agudo sentido del humor se combinaban con una ternura que casi se podía llamar femenina.

La grave enfermedad que nunca lo abandonó no pudo quebrar su resistencia moral, ni siquiera pudo hacerlo perder su buen humor y su tierno amor por la humanidad.

Kote no era un teórico. Pero su pensamiento claro, su pasión revolucionaria y su colosal experiencia política -la experiencia viva de tres revoluciones- fueron un arma mucho más poderosa, seria y resistente que la doctrina asimilada formalmente por aquellos que carecen de su fortaleza y perseverancia. Al igual que el Lear shakespeariano, fue un revolucionario de pies a cabeza. Posiblemente, su carácter resaltó más en el curso de los últimos ocho años, de lucha ininterrumpida contra el surgimiento y consolidación de la burocracia carente de principios.

Tsintsadze luchó instintivamente contra todo lo que se asemejara a la traición, la capitulación o la deslealtad. Comprendió la importancia del bloque con Zinoviev y Kamenev. Pero jamás prestó su apoyo moral a este grupo. Sus cartas demuestran que sentía una repugnancia natural -no hay otra forma de decirlo- hacia los revolucionarios que, para garantizar su permanencia formal en el partido, lo traicionan renegando de sus ideas.

En el N° 2 del Boletín de la Oposición hay una carta de Tsintsadze a Okudshava. Es un documento extraordinario por la tenacidad, la claridad de miras y la convicción que revela. Ya hemos dicho que Tsintsadze no era un teórico y dejaba voluntariamente que otros formularan las tareas de la revolución, el partido y la Oposición. Pero cada vez que su oído captaba una nota en falso, tomaba la pluma y no había “autoridad” capaz de impedirle expresar sus sospechas y responder. Donde mejor se demuestra esto es en su carta del 2 de mayo del año pasado, publicada en el Boletín N° 12-13. Este hombre de acción, este organizador, defendía la pureza de la doctrina mucho mejor que algunos teóricos.

En las cartas de Kote tropezamos frecuentemente con frases como las siguientes: “estas vacilaciones son una mala ‘institución’”, “¡ay de los que no saben esperar!”, o “en la soledad los débiles se contagian de toda clase de cosas”. El coraje inconmovible de Tsintsadze alentaba sus fuerzas menguantes. Hasta su enfermedad era, para él, un duelo revolucionario. En una de las cartas que escribió algunos meses antes de morir, dijo que lo que estaba en juego en su batalla contra la muerte era la pregunta “¿quién triunfará?”, “por ahora, yo llevo ventaja”, agregó con ese optimismo que jamás lo abandonó.

En el verano de 1928, refiriéndose a su situación y su enfermedad, Kote me escribió desde Bajchi-Sarai: “(...) muchos de nuestros camaradas y amigos se han visto obligados a terminar su existencia en la cárcel o en el exilio; sin embargo, en última instancia, esto servirá para enriquecer la historia revolucionaria, nuevas generaciones aprenderán la lección. La juventud bolchevique, aprendiendo las enseñanzas de la lucha de la Oposición bolchevique contra el ala oportunista del partido, comprenderá dónde está la verdad (...)”.

Tsintsadze sólo podía escribir estas palabras, tan sencillas y sin embargo magníficas, en una carta íntima dirigida a un amigo. Ahora que ya no vive, se le puede y debe publicar. Es la síntesis de la vida y la moral de un revolucionario de alta escuela. Hay que publicarla porque es necesario enseñar a la juventud no sólo con fórmulas teóricas sino también con ejemplos de tenacidad revolucionaria.
Los partidos comunistas de Occidente todavía no han forjado combatientes de la talla de Tsintsadze. Esa es su gran debilidad, aunque la determinen razones históricas. La Oposición de Izquierda de los países occidentales no es una excepción y debe tener plena conciencia de ello.

El ejemplo de Tsintsadze puede y debe servir de enseñanza, sobre todo para la juventud de la Oposición. Tsintsadze fue la viva negación del arribismo político, es decir, de la tendencia a sacrificar los principios, ideas y objetivos de la causa a los fines personales. Eso de ninguna manera se contrapone con la sana ambición revolucionaria. No, la ambición política cumple un gran papel en la lucha. Pero revolucionario es aquel que subordina totalmente su ambición personal al gran ideal, aquel que se somete y se hace parte de él. Durante toda su vida y en el momento de su muerte, Tsintsadze repudió sin misericordia el coqueteo con las ideas y la actitud diletante hacia éstas por ventajas personales. Su ambición fue la inconmovible lealtad revolucionaria. Que sirva de lección para la juventud proletaria.

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