Del libro "México en llamas"
Los senderos de la revolución: periodización y fases (parte I)
20 Nov 2014
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El objetivo del presente ensayo es realizar una interpretación del proceso revolucionario iniciado en 1910, basándonos para ello en distintos trabajos historiográficos publicados en las últimas décadas. Presentaremos una periodización de la Revolución Mexicana con la intención de mostrar que la misma estuvo caracterizada por un claro antagonismo de clase, el cual tendió a cuestionar las bases del joven y atrasado capitalismo mexicano, y que no se detuvo en la consecución de reformas en el régimen político. Para establecer esta periodización utilizaremos como criterios la dinámica, los rasgos centrales y las acciones principales de la lucha de clases, así como la correlación de fuerzas que se estableció en sus distintos momentos.
(Lea este y otros articulos en http://armasdelacritica.org.mx/?cat=210)
El antagonismo de clase y la dinámica de la Revolución Mexicana
Partimos de considerar que la Revolución Mexicana estuvo determinada por el conflicto entre las clases de la sociedad de aquel entonces y que, si no adoptamos esa perspectiva, difícilmente pueden comprenderse las transformaciones institucionales y el curso de los acontecimientos políticos y militares. Si la noción de revolución en la teoría marxista supone la intensificación del antagonismo de clase y el trastocamiento del orden establecido; y si su expresión aguda bajo el capitalismo incluye las huelgas, los golpes de la reacción y las insurrecciones, hay que decir que en el caso que nos ocupa adoptó una forma distintiva y particular: la emergencia de grandes ejércitos nutridos por amplios sectores de las masas, confrontados en una guerra civil. Esta diferencia notoria respecto a las características de las revoluciones clásicas ocurridas en el siglo XX (1) no puede oscurecer la definición de la Revolución Mexicana. El enfrentamiento militar expresó, de forma concentrada y aguda, las confrontaciones entre las clases actuantes, entre sus programas y sus perspectivas en el México de entonces, y ése es uno de los puntos centrales que recorre nuestra interpretación. Aunque sin duda la destreza en la táctica militar, aunado a ese factor tan complejo que es el azar, tienen un lugar clave en la historia de la Revolución y actuaron en la contienda, las causas profundas del resultado del proceso iniciado en 1910 no hay que buscarlas allí, sino en la dinámica de la relación de fuerzas entre las clases y en la solidez, la potencialidad y los límites de los proyectos políticos que aquéllas fueron capaces de poner en juego; lo cual es, por otra parte, un elemento constituyente de toda guerra civil.
Como se plantea en la Introducción de este libro y en el ensayo “El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista”, el motor fundamental de la Revolución fue el ansia de tierra de las masas rurales, que se constituyeron en su principal protagonista. Desde el inicio, los sectores populares participantes se nuclearon tras las banderas del antirreeleccionismo impulsado por Francisco I. Madero, pero lo hicieron articulando la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz con otras reivindicaciones ampliamente sentidas: en primer lugar la recuperación de las tierras y del usufructo de los recursos naturales expropiados por los terratenientes, el rechazo frente al avasallamiento de las autonomías municipales, y las demandas obreras tales como la reducción de la jornada laboral y el mejoramiento de las condiciones de trabajo.
Si la reivindicación de tierra es, en los términos explicados por el marxismo, una demanda de corte democrático-burgués (2), en las condiciones del México de inicios de siglo llevó a la confrontación entre los campesinos pobres y las clases dominantes, y se constituyó como la diferencia antagónica entre los sectores actuantes en la Revolución. En torno a la misma se desplegó una perspectiva en potencia anticapitalista del proceso revolucionario, que abrió una de las confrontaciones clasistas más violentas de la historia mundial durante la pasada centuria.
Hay que remitirse a sus diferencias con las revoluciones democrático-burguesas del pasado para entender la causa profunda de esta característica de la Revolución Mexicana. En éstas “El gigantesco esfuerzo que necesita la sociedad burguesa para arreglar cuentas con el pasado sólo puede ser conseguido, bien mediante la poderosa unidad de la nación entera que se subleva contra el despotismo feudal, bien mediante una evolución acelerada de la lucha de clases dentro de esta nación en vías de emancipación” (3); en esos procesos emblemáticos del ascenso del reinado del capital, la burguesía todavía podía asumir un rol subversivo y dirigente contra el antiguo orden, resolviendo, a su manera, las demandas estructurales que motorizaban la intervención de las masas populares. Sin embargo, en su análisis de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX, León Trotsky planteaba que ya entonces, a partir de la maduración de las clases sociales características del capitalismo, se ponía en un primer plano el carácter crecientemente reaccionario de una burguesía económicamente dominante. En las revoluciones de 1848 en Europa, la inmadurez política y social de los explotados y oprimidos llevó a que las demandas de corte democrático no se pudieran realizar, por la inexistencia de una nueva clase revolucionaria que asumiera el rol abandonado por una burguesía demasiado preocupada en evitar la irrupción del proletariado.
Por su parte, el inicio del siglo XX planteó que, en los países de desarrollo atrasado que no habían realizado aún su revolución democrático-burguesa, y que estaban crecientemente bajo la égida de la dominación imperialista, las burguesías nacionales ya no podían jugar ningún rol progresivo por sus compromisos con el capital extranjero y la propiedad terrateniente. La extensión del reinado del capital en todos los confines del globo era acompañado del surgimiento de una clase social –el proletariado– que fue capaz de asumir un rol revolucionario aún en aquellos países que ingresaron tarde a la égida del capitalismo, y de tomar en sus manos la resolución de las tareas largamente postergadas. Este análisis, que es parte del legado del marxismo revolucionario de las primeras décadas del siglo XX, brinda elementos metodológicos fundamentales para comprender la historia de México, y en particular la encrucijada histórica de 1910.
El accionar del sector burgués que en 1910 hegemonizó la dirección del movimiento estuvo signado por su interés en preservar el desarrollo del capitalismo en México. Que para acceder al poder político tuviera que impulsar un alzamiento armado ante la intransigencia porfirista, no cambia el hecho de que la intención del maderismo era limitarse a reformas políticas y a asegurar el predominio del sector social que representaba –en particular de las facciones dominantes del norte del país–, como expresó el Plan de San Luis, sobre el cual luego nos detendremos.
Como afirmaba José Revueltas, la burguesía mexicana “[…] desde Don Lucas Alamán hasta los tiempos de don Porfirio, bajo cuya dictadura pudo medrar tan apaciblemente, sus ligas con los gobiernos conservadores, a lo largo de la historia del país, testimonian que se ha tratado de un núcleo social reaccionario” (4).
Lejos de existir una burguesía urbana antagónica a los latifundistas, predominaba una profunda imbricación entre la propiedad terrateniente, el capital extranjero y los grandes propietarios en los sectores de la producción y de la extracción de materias primas; por otra parte, desde el clan Madero hasta el núcleo dirigente del constitucionalismo, eran grandes propietarios de tierra o provenían de los sectores acomodados del campo. Como consecuencia de esto, las distintas fracciones políticas y militares de la burguesía se opusieron, en todo momento, a la resolución íntegra de las demandas agrarias, en la medida que esto implicaba atacar al latifundio y poner así en tela de juicio un desarrollo capitalista donde la propiedad de la tierra era uno de sus elementos constitutivos.
Esto es fundamental para entender por qué el proceso iniciado en noviembre de 1910 no pudo ser congelado en las reformas políticas; por el contrario, los posicionamientos antagónicos en torno a la cuestión agraria se constituyeron como la clave estructural de los acontecimientos de esos años. Y se tradujeron en la creciente extensión y explosividad de una Revolución que inició bajo el cobijo del llamado de un ala de la clase dominante y se radicalizó más tarde, expresándose esto en la lucha que dio la fracción más avanzada del campesinado, primero contra Díaz, luego contra Madero, más tarde contra Huerta y finalmente contra Carranza y Obregón, poniendo en cuestión los cimientos del capitalismo mexicano.
Ante el conservadurismo de las direcciones políticas burguesas, el campesinado (5) y en particular los sectores organizados en los ejércitos de Villa y Zapata, tendieron a actuar como una fuerza social independiente. La mayor muestra de ello fue el surgimiento del Ejército Libertador del Sur, constituido a partir de los pueblos de Morelos y de las zonas bajo influencia zapatista en estados aledaños, así como la adopción de una perspectiva programática plasmada en el Plan de Ayala y, después, en las distintas leyes agrarias emanadas del poder zapatista, como la que promulgó Manuel Palafox en 1915. Ésta fue la dinámica que asumió la participación de amplias franjas de los explotados del campo, y que tuvo su máxima expresión en la Comuna de Morelos, donde se impuso la expropiación de los latifundistas y la desaparición de los mismos como clase, así como la expropiación de los ingenios y otras industrias vinculadas de forma directa a la agricultura.
Mientras que las direcciones radicales como el zapatismo y el villismo fueron impulsadas por las masas rurales a intentar la resolución de sus demandas por la vía de la ruptura violenta de la legalidad burguesa, tal como se expresó en las ocupaciones de tierras y en las expropiaciones de los hacendados, las fracciones encabezadas por representantes de la burguesía y la pequeñoburguesía pretendieron imponer distintas soluciones que tenían en común la contención del proceso revolucionario, con el objeto de no resolver la cuestión agraria. Esto fue compartido por el maderismo, el carrancismo y el obregonismo; estos últimos, fueron las dos principales fuerzas actuantes desde 1913 dentro del constitucionalismo, que apostaron a recomponer la dominación burguesa, después que el torbellino campesino aniquiló al Ejército Federal a mediados de 1914 y destrozó las instituciones del porfiriato preservadas por el gobierno de Madero.
De acuerdo con lo expuesto aquí, consideraremos la existencia de dos grandes fases de la Revolución, con sus respectivos periodos o subfases.
De la rebelión antiporfirista a la generalización de la Revolución: esta primera fase inicia con el alzamiento del 20 de noviembre de 1911 y se prolonga hasta la toma de Zacatecas, a fines de junio de 1914, por parte de la División del Norte de Francisco Villa.
De la confrontación en el bloque antihuertista a la derrota de los ejércitos campesinos: esta segunda fase de la Revolución comienza con el derrumbe del viejo Ejército Federal y se extiende hasta la institucionalización de la Revolución, con el triunfo de Carranza y Obregón.
Notas:
1 Entendemos como revoluciones clásicas del siglo XX a aquellas que se dieron con un protagonismo de la clase obrera –acompañada por otros sectores oprimidos y explotados del campo y la ciudad–, y de los métodos de lucha y formas de organización surgidos del proletariado, tales como la huelga, la insurrección y los organismos de democracia directa. Ejemplo de estas revoluciones clásicas son la Revolución Rusa de 1905 y la de 1917, los procesos acontecidos en Europa durante las décadas de 1920 y 1930 (como la Revolución Española), los levantamientos insurreccionales en el Este europeo en la inmediata segunda posguerra, los procesos revolucionarios de Argentina y Chile en los años setenta, por citar algunos de los casos más álgidos.
2 En la transición al capitalismo, la revolución burguesa en Europa tuvo por delante la realización de ciertas tareas estructurales necesarias para eliminar el viejo régimen feudal, tales como la desaparición de las aduanas internas y la organización de un mercado único, la unidad política nacional, y la liquidación del latifundio, aunado a la creación de una clase de pequeños y medianos propietarios rurales. Tareas estructurales similares fueron las que tuvieron por delante, en el siglo XIX, los países latinoamericanos incorporados violentamente al mercado mundial y a la división internacional del trabajo, sin haber dejado atrás las formas precapitalistas creadas en los siglos previos.
3 León Trotsky: La teoría de la revolución permanente (compilación de escritos de León Trotsky), Buenos Aires, CEIP “León Trotsky”, 1999, 1a. ed., p. 77.
4 José Revueltas: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Era, 1980, p. 139.
5 Como planteamos en el ensayo “El país de Don Porfirio: estructura social y desarrollo capitalista”, el campesinado mexicano de los tiempos de la Revolución englobaba a una masa heterogénea que incluía, entre otros, a los pequeños productores, a los pobladores rurales que realizaban de forma independiente distintas faenas en relación al trabajo agropecuario, así como a los peones acasillados.
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